Lo mío ya no es una crisis existencial.

Lo mío ya no es una crisis existencial.

Es un apagado silencio sordo en medio de una multitudinaria marabunta luchando entre sí, con lo más estridente de los tambores de guerra, al compás de cañones y maremágnum de no sé si artillería pesada o personas. Es la más alta y clara tonalidad de conjuntos disjuntos, sólo subyugada y superpuesta por la más tétrica y sumisa oscuridad del vacío absoluto, al cual le llamamos ‘nada’ cuando ni siquiera esta palabra es correcta. Es la ausencia de significación en un diálogo entre el ser cuerdo ontológico y el ser trascendental carente de razón, los cuales mediante la dialéctica son completamente incapaces de entenderse a sí mismos. Es cadencia en el tiempo, sí… es anosmia en un viejo y holgado perro vagabundo, en el mismo que de joven había sido lazarillo del gran visionario ser en cuanto ser humano; ahora, este último se encuentra enjuto y en la más profunda miseria de la escasez. Es más lejano de lo que un manatí pudiera estar de la empuñadura de oro de un arma, en una danza de whisky irlandés.

“Diferentes en la vida, los hombres son semejantes en la muerte.”
Lao-tsé (570a.C.-490a.C.)

“Si no conoces todavía la vida, ¿cómo puede ser posible conocer la muerte?”
Confucio (551a.C.-478a.C.)



¿Por qué no fui castrado?





martes 12 de junio de 2007

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