desencadenante

En ese instante, él, era incapaz de impedir el aluvión de incesantes imágenes, palabras… en fin, recuerdos que obstaculizaban su concentración en el quehacer habitual. Siempre se había sentido sólo, cobijado por sus pensamientos y sueños, orientados a partir de aquel primer momento hacia una única cosa. Instantes que se repetían sin cesar y continuamente desde aquella primera llama, la cual se avivaba con el aumento de la distancia y el tiempo con respecto a la precedente chispa. El placer que implicaba sentirse comprendido y, en teoría, querido, era incomparable a cualquier otra cosa material o espiritual. Buscaba una y otra vez en sus recuerdos con reiterada vehemencia, tal y como lo había hecho en el mundo sensible, hasta que hallaba aquella luz.

Esa luz tenía en su primer momento un tono blanquecino y artificial, como el que brota de las lámparas con halógenos en cualquier lugar, como así ocurrió en aquella escalera. La luz reflejada adquiría una coloración parecida a la de los campos silvestres en plena primavera. Aquella tímida e interesada ojeada a su costado, fue el desencadenante de mareas y tempestades, en las que con su reminescencia acabaría él por hallarse a la deriva una y otra vez.

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