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viernes, 11 de abril de 2008

no comment

El día en el que se presente uno de tantos hombres delante de vuestros hijos clamando su libertad, con los ojos desorbitados, exaltado en el instinto de supervivencia, éstos ni siquiera tendrán la opción de la deprecación. Hay y habrá muchos hombres aún, que dispuestos a preservar las vidas de los suyos igual que vosotros la de los vuestros, están y estarán dispuestos a arriesgar sus vidas, llegado el día, para erradicar al enemigo. El mismo que vosotros creasteis, mas no es otro que vuestra propia descendencia.

viernes, 14 de marzo de 2008

3ª Parte - Economía por J. E. S.

Intro.

1ª Parte.

2ª Parte.

Después de acabar de ver ‘La vida de los otros’ decidí agregar otra parte más de esto que tenía pendiente. Se trata de la 3ª parte de lo que yo creo que es lo mejor del libro: El malestar en la Globalización de Joseph E. Stiglitz. He intentado también corregir algunos errores ortográficos y gramaticales según iba mecanografiando-copiando de las hojas que, con anterioridad, marqué con trocitos de papel de recibos.

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CONTAGIO

Si el contagio es un problema, es importante comprender el mecanismo a través del cual se produce, igual que los epidemiólogos, al afanarse en contener una enfermedad contagiosa, se esfuerzan para entender su mecanismo de transmisión. Keynes tenían una teoría coherente: la recesión en un país lo lleva a importar menos y esto daña a sus vecinos. Vimos en el capítulo 4 cómo el FMI, mientras aludía al contagio, tomó medidas contra la crisis financiera asiática que de hecho aceleraron la transmisión de la enfermedad, a medida que forzó que un país tras otro se ajustara el cinturón. Las caídas en las rentas llevaron pronto a grandes reducciones en las importaciones, y en las estrechamente integradas economías de la región ello provocó el sucesivo debilitamiento de las naciones vecinas. La región implotó/implosionó y la decreciente demanda de petróleo y otros bienes provocó el colapso en los precios de las mercancías, que causó estragos a miles de kilómetros en otros países cuyas economías dependían de las exportaciones de dichas mercancías.

Entre tanto el FMI se aferró en la austeridad como antídoto e insistió en que era fundamental para restaurar la confianza de los inversores. La crisis del Este asiático se extendió desde allí hasta Rusia mediante el colapso de los precios del petróleo, no merced a ninguna conexión misteriosa entre la «confianza» de los inversores, extranjeros y locales, en las economías del milagro del Este asiático y el capitalismo mafioso ruso. Debido a la falta de una teoría coherente y persuasiva del contagio, el FMI propagó la enfermedad en vez de contenerla.

¿CUÁNDO ES EL DÉFICIT COMERCIAL UN PROBLEMA?

Los problemas de coherencia plagan no sólo los remedios del FMI sino también sus diagnósticos. A los economistas del FMI les preocupan mucho los déficits de balanza de pagos; en sus cálculos, esos déficits son una señal clara de un problema en ciernes. Pero cuando denuncian esos déficits, sueles prestar poca atención a lo que de hecho se hace con el dinero. Si un Gobierno tiene un superávit fiscal (como Tailandia en los años que precedieron a la crisis del 1997), entonces el déficit de balanza de pagos esencialmente surge porque la inversión privada supera el ahorro privado. Si una empresa privada se endeuda en un millón de dólares al 5 por ciento de interés y los invierte en algo que rinde el 20 por ciento, el haber pedido prestado ese millón de dólares no le representa problema alguno. La inversión será más rentable que el coste del endeudamiento. Por supuesto, incluso si la empresa se equivoca y el rendimiento es del 3 por ciento, o cero, no hay problema. El deudor quiebra y el acreedor pierde parte de o todo su préstamo. Esto puede afectar al acreedor, pero no es algo de lo que el Gobierno del país –o el FMI– deban preocuparse.

Un enfoque coherente debe reconocer esto, y también debe reconocer que si un país importa más delo que exporta (es decir, tiene un déficit comercial), otro país debe de estar exportando más de lo que importa (tiene un superávit comercial). Una regla inquebrantable de la contabilidad internacional es que la suma de todos los déficits del mundo debe igualar a la suma de todos los superávits del mismo. Esto quiere decir que si China y Japón insisten en tener un superávit también tienen la culpa. Si Japón y China mantienen sus superávits, y Corea transforma su déficit en un superávit, el problema del déficit deberá aparecer en otra parte.

A pesar de todo, unos déficits comerciales abultados pueden ser problemáticos, porque implica que un país deberá endeudarse año tras año. Si los que aportan el capital cambian de opinión y dejan de prestar, el país puede afrontar agudas dificultades: una crisis. Está gastando más en la compra de bienes en el exterior de lo que consigue vendiendo allí sus bienes. Cuando otros rehúsan seguir financiando la brecha comercial, el país deberá ajustarse velozmente. En algunos casos el ajuste puede ser fácil: si un país se está endeudando mucho para financiar una festiva adquisición de coches (como ocurrió hace poco en Islandia), entonces si los extranjeros se niegan a aportar la financiación, la juerga termina y la brecha comercial se cierra. Pero lo normal es que el ajuste no opere tan suavemente. Y los problemas son aún peores si el país se ha endeudado a corto plazo, de modo que los acreedores pueden exigir ahora lo que han prestado para financiar los déficits de años anteriores, sea que fuese utilizado para financiar consumo ostentoso o inversiones de largo plazo.

No es necesario, empero, empero buscar la venalidad. El FMI (o al menos muchos de sus altos directivos y funcionarios) creía que la liberalización de los mercados de capitales provocaría un crecimiento más rápido de los países subdesarrollados; lo creía con tanta firmeza que no necesitaba contrastarlo con la práctica, y otorgó escaso crédito a cualquier evidencia que sugiriese otra cosa. El FMI nunca deseó dañar a los pobres, y pensó que las políticas que defendía finalmente los beneficiarían; creía en la economía de la filtración, y en este caso tampoco quería observar con demasiada atención los datos que pudieran sugerir otra cosa. Pensaba que la disciplina de los mercados de capitales ayudaría a los países a crecer, y por tanto pensaba que ser útil a los mercados de capitales era de primordial importancia.

Si observamos de este modo las políticas del FMI, su énfasis en conseguir que cobren los acreedores extranjeros antes de ayudar a preservar las empresas locales resulta más comprensible. Quizá el FMI no se haya transformado en el cobrador del G-7, pero claramente trabajó duro (aunque no siempre con éxito) para lograr que los préstamos del G-7 cobraran. Como vimos en el capítulo 4, había una alternativa a sus intervenciones masivas, una alternativa que habría sido mejor para las naciones en desarrollo, y a largo plazo también mejor para la estabilidad global. El FMI pudo haber facilitado el proceso de salida; pudo intentar organizar una moratoria, una interrupción temporal de los pagos, que habría dado tiempo a los países –y sus empresas– para que se recuperaran y relanzaran sus economías paralizadas². Pero las quiebras y las moratorias no eran (y siguen sin ser) opciones preferidas, porque significan que los acreedores no cobran. Muchos de los préstamos carecían de garantía, con lo que muy poco podía ser recuperado.

El FMI temía una cesación de pagos, al quebrantar la santidad de los contratos, socavaría el capitalismo. Se equivocaban en varios aspectos. La bancarrota es una parte no escrita de cualquier contrato de crédito; la ley prevé lo que ha de suceder si el deudor no puede pagar al acreedor. Como la quiebra es una parte implícita de los contratos de préstamo, dicha quiebra no viola la «santidad» de los contratos. Y existe otro e igualmente importante contrato no escrito entre los ciudadanos y su sociedad y el Estado, lo que a veces se denomina el «contrato social». Este contrato exige la provisión de protecciones sociales y económicas básicas, incluyendo oportunidades razonables de empleo. Mientras que procuraba erradamente preservar lo que concebía como la santidad del contrato de préstamo, el FMI estaba dispuesto a destruir el incluso más importante contrato social. Finalmente, fueron las políticas del FMI las que socavaron el mercado y también la estabilidad de largo plazo de la economía y la sociedad.

² “supercapítulo 11”, “super chapter 11” – Conferencia del Banco Mundial sobre flujos de capital, crisis financieras y políticas; 15 de abril de 1999.

sábado, 23 de febrero de 2008

Meditaciones económicas y políticas.

[Palabras clave repetidas: estancar, caudal, mover, riqueza, dinero, inversión.]

(Texto revisado una vez el 28F-08)

Los ricos tienen: su propia inflación, véanse: artículos, sitios... sumándoles el adjetivo 'lujo', diferenciación social basada en el ostento de riqueza, etc. Lo peor que pueden hacer los que más tienen, es estancar sus riquezas, y las maneras de estancar éstas es 'aposentarlo' en paraísos fiscales, preservarlo en cajas fuertes, guardarlo, etc.

La bolsa es un método más para mover el dinero, y en ésta se mueve tanto el caudal supuestamente 'estancado' en los bancos y cajas (pobres y ricos), como el que parte directamente de los impuestos (Estado y derivados). Aunque la bolsa genera nuevos ricos, también tiende a beneficiar a los que más invierten y a los más perspicaces, a menudo suelen ser las grandes multinacionales y los grandes bancos. Esto también genera un mayor estancamiento de caudal, puesto que éstos acumulan mayor ganancia de la cual únicamente van a poner en movimiento 'una pequeña o mediana parte'.

Se podría decir que el estancamiento de la materia prima y/o fuente de energía, en muchos países pobres, es lo que genera una mayor inversión en métodos de extracción y fluctuación de la misma hacia y por el resto del mundo. Existe una tendencia hacia la inversión en armamento y mejora del mismo como balística y tecnología, debido a diversos motivos en los que se encuentra la incapacidad para negociar con los dirigentes de dichos países; ya sea por coacción económica o política, con frecuencia reiterada a priori por los mismos inversores hacia el país exportador.

Cabe destacar que para que un país de los catalogados como ‘poco avanzados/desarrollados’ se ‘habitúe’ al modo de vida de los demás (en este caso los desarrollados), hay que cambiar sus costumbres y métodos de trabajo/extracción/gobierno/moneda. Las costumbres, creencias… están arraigadas en la cultura de dicho terreno, este es el problema a la hora de la “Democratización de los demás terrenos” a la que invasores y/o colonos tienden a hacer referencia. Mas lo más apropiado, en estos casos, sería una mediación entre ambas culturas, no el auge por allanar ese terreno y/o cambiar el modus vivendi y/u operandi de sus gentes.

Vital importancia tiene citar el enorme empuje que poseen diversos sectores y empresas en estos tiempos, en las sociedades modernas/desarrolladas, por el avance tecnológico, el cual implica mayor gasto a nivel energético entre otros. A pesar de que crea puestos de empleo, también genera riqueza y mueve gran parte de caudal debido a la propia sociedad consumista, pero sólo lo hace en una pequeña parte del mundo. Es cierto que crece a un ritmo generoso en cuanto a mayor número de acceso por y para la gente, pero como ya he dicho anteriormente; entre el público de determinados sectores y sociedades.

Uno de los ‘secretos’ para generar no mayor riqueza sino un creciente movimiento de la energía y materias primas en los países pobres en desarrollo, es el proporcionarles el debido conocimiento e instrumental para el cometido. En los últimos tiempos se ha puesto de moda el FMI, el BM y las ONG en general, mas su efectividad es más bien reducida en cuanto al cambio positivo que se pretende a priori. Los motivos parten desde de la incapacidad de los gobiernos de los países en desarrollo, hasta el interés a menudo inherente en las ayudas aportadas. En muchas ocasiones, las ayudas se quedan entre los estratos de mejor posición social y mayor poder de estos países, bien porque la misma sociedad en éstos no posee conocimiento de (o poder sobre) las ayudas, bien porque éstas no son suficientes. A menudo se le suele atribuir el concepto de corrupción al hecho del dinero extraviado, el cual no se dirigió a donde se estipuló en un primer momento. Contra esta corrupción apenas se puede hacer nada puesto que el dinero/ayudas se suelen devolver sin mayores desavenencias, a menudo hundiendo más en la miseria a la mayor parte del pueblo debido a: subida de impuestos, precariedad laboral, inversión en armamento para mantener el orden…

Continuará...

martes, 22 de enero de 2008

Dinero.

Si desaparece dinero de la vista, habrá que ir a buscarlo a/en: Islas Caimán, Mónaco, Suiza..., cajas fuertes (varias) de los multimillonarios, algún que otro búnker, bonos del estado...


El Ciclo económico semeja el Yin y el Yang o la Entropía termodinámica..., incluso algo así como "el tiro de la cuerda" al que nos incitaban a jugar los maestros en el EGB.


martes, 15 de enero de 2008

2ª Parte - Economía por J.E.S.

RESPONSABILIDAD DEMOCRÁTICA Y LOS FRACASOS

Pero nosotros en Occidente desempeñamos un papel que estuvo lejos de ser neutral e insignificante. El FMI se permitió ser despistado porque quería creer que sus programas estaban funcionando, porque deseaba seguir prestando, porque ansiaba creer que estaba remodelando Rusia. Y sin duda ejercitamos alguna influencia en el curso del país: concedimos nuestro imprimátur a los que estaban en el poder. El que Occidente pareciese dispuesto a negociar con ellos –a alto nivel y con miles de millones de dólares- les dio credibilidad; el hecho de que otros no pudieran conseguir dicho apoyo claramente operaba en su contra. Nuestro apoyo tácito al programa de préstamos a cambio de acciones pudo acallar las críticas: después de todo, el FMI era el experto en la transición, había reclamado una privatización tan rápida como fuese posible, y los préstamos a cambio de acciones eran, aunque fuera sólo eso, rápidos. La corrupción no fue evidentemente una causa de preocupación. El apoyo, las políticas –y los miles de millones de dólares de dinero del FMI- no sólo pudieron permitir que el Gobierno corrupto con sus políticas corruptas permaneciese en el poder, sino incluso mitigar la presión en pro de reformas más significativas.

Hemos apostado por favorecer a algunos líderes y promover estrategias concretas de transición. Algunos de esos líderes han resultado ser incompetentes, otros corruptos, y otros han sido las dos cosas a la vez. No tiene sentido aducir simplemente que las políticas eran acertadas pero no fueron aplicadas bien. La política económica no puede predicarse sobre un mundo ideal sino sobre el mundo tal como es. Hay que diseñar las políticas no en función de cómo serían aplicadas en un mundo ideal sino en el mundo real donde vivimos. Se emitieron juicios desfavorables a la exploración de estrategias alternativas más prometedoras. Hoy, justo cuando Rusia empieza a exigir responsabilidades a sus dirigentes, también deberíamos hacerlo con nuestros dirigentes. Los exámenes probablemente no obtendrán calificaciones favorables.

LA OTRA AGENDA DEL FMI

Los nada exitosos esfuerzos del Fondo Monetario Internacional durante los años ochenta y noventa plantean problemáticos interrogantes sobre la manera en la que el Fondo enfoca el proceso de globalización, esto es, sobre cómo concibe sus propios objetivos y cómo procura alcanzarlos como parte de sus papel y misión.

El FMI cree que está realizando las tareas que le han sido asignadas: promover la estabilidad global, ayudar a los países subdesarrollados en transición a conseguir no sólo la estabilidad sino también el crecimiento. Hasta recientemente el FMI debatía sobre si debía atender a la pobreza –era la responsabilidad del Banco Mundial- pero en la actualidad la ha incorporado también al menos retóricamente. Creo, no obstante, que ha fracasado en su misión, y que los fracasos no fueron meras casualidades sino consecuencias del modo en que entiende su misión.

Hace muchos años, la célebre frase del presidente de la General Motors y secretario de Defensa, Charles E. Wilson, «lo que es bueno para la General Motors es bueno para el país», se convirtió en el símbolo de una visión particular del capitalismo estadounidense. El FMI a menudo parece favorecer una visión análoga –«lo que la comunidad financiera opina que es bueno para la economía global es realmente bueno para la economía global y debe ser puesto en práctica». Esto es verdad en algunos casos, pero en muchos otros no lo es. En algunas circunstancias lo que la comunidad financiera cree que favorece sus intereses en verdad no lo hace, porque la ideología predominante del libre mercado empaña la claridad del pensamiento sobre cómo abordar mejor los males de una economía.

¿SE PIERDE LA COHERENCIA INTELECTUAL? DEL FMI DE KEYNES AL FMI ACTUAL

Había una cierta coherencia en la concepción que sobre el Fondo y su papel tenía Keynes (el padrino intelectual del FMI). Keynes identificó un fallo del mercado –una razón por la cual los mercados no deben ser dejados en libertad– que podría arreglarse mediante una acción colectiva. Le inquietaba que los mercados pudiesen generar un paro persistente. Fue más allá. Demostró por qué era necesaria una acción colectiva global, porque las acciones de un país afectan a otros. Las importaciones de un país son las exportaciones de otro. Los recortes en las importaciones de un país, por cualquier razón, dañan las economías de otros países.

Había otro fallo del mercado: Keynes temía que en una severa recesión la política monetaria no fuera afectiva, y que algunos países no pudieran endeudarse para financiar un incremento del gasto o para compensar la reducción de impuestos necesaria para estimular la economía. Incluso un país aparentemente solvente podría ser incapaz de conseguir fondos. Keynes no se limitó a identificar un conjunto de fallos del mercado: explicó por qué una institución como el FMI podría mejorar las cosas, presionando sobre los países para que mantuvieran sus economías en pleno empleo y aportando liquidez para las naciones que afrontaran recesiones y no pudiesen financiar un incremento expansivo en el gasto público, la demanda agregada global podr­ía ser sostenida.

Hoy, sin embargo, los fundamentalistas del mercado dominan el FMI; ellos creen que en general el mercado funciona bien y que en general el Estado funciona mal. El problema es evidente: una institución pública creada para corregir ciertos fallos del mercado pero actualmente manejadas por economistas que tienen mucha confianza en los mercados y poca en las instituciones públicas. Las incoherencias del FMI parecen especialmente problemáticas cuando se enfocan desde la perspectiva de los avances de la teoría económica en las tres últimas décadas.

La economía profesional ha desarrollado un enfoque sistemático de la teoría de la acción estatal por los fallos del mercado, que intenta identificar por qué los mercados pueden funcionar bien y por qué la acción colectiva es necesaria. En el plano internacional, la teoría identifica por qué los Estados individuales pueden no servir al bienestar económico global, y cómo la acción colectiva global, la acción concertada de las administraciones e un trabajo conjunto, a menudo mediante instituciones internacionales, puede mejorar las cosas. El desarrollo de una visión intelectual coherente de política internacional para una agencia internacional como el FMI exige así la identificación de casos relevantes en los que los mercados pueden funcionar, y el análisis de cómo políticas concretas pueden evitar o minimizar los daños provocados por dichos fallos. Debería ir más allá, demostrar cómo las intervenciones específicas son la mejor forma de atacar los fallos del mercado, afrontar los problemas antes de que ocurran y remediarlos cuando surjan. Como hemos apuntado, Keynes presentó un análisis que explicaba por qué los países podían no acometer por sí solos políticas suficientemente expansivas –no tomarían en cuenta los beneficios que ello acarrearía para otros países–. Por eso se intentó que el FMI, en su concepción original, ejerciera una presión internacional a los países para que aplicaran políticas más expansivas que las que escogerían por sí solos. Hoy el Fondo ha invertido su rumbo, y presiona a las naciones, sobre todo a las subdesarrolladas, para que apliquen políticas más contractivas que las que aplicarían por sí solos. Pero aunque el FMI hoy visiblemente rechaza las ideas de Keynes, a mi juicio no ha articulado una teoría coherente de los fallos del mercado que justificaría su propia existencia y proporcionaría una justificación racional de sus intervenciones concretas en los mercados. La consecuencia, como hemos visto, es que el FMI suele fraguar políticas que, además de agravar las mismas dificultades que pretenden arreglar, permiten que esas dificultades se repitan una y otra vez.

Ya hemos encontrado dos de las críticas fundamentales que plantean los gradualistas: «Rápidamente y bien no puede ser»: es difícil diseñar bien unas reformas adecuadas, y la secuencia es importante. Por ejemplo, se necesitan significativos requisitos para que una privatización masiva funcione, y la creación de esos requisitos toma su tiempo*. El estilo peculiar de las reformas rusas demuestra que los incentivos cuentan, pero el capitalismo artificial de Rusia no presentaba incentivos para la creación de riqueza y el crecimiento económico, sino para la liquidación de activos. En lugar de una economía de mercado que funcionase apaciblemente, la apresurada transición llevó a un caótico salvaje Este.

*Si uno liberaliza los mercados de capitales, por ejemplo, antes de crear un clima local atractivo para la inversión –como recomendaba el FMI– uno está invitando a la huida de capitales. Si uno privatiza empresas antes de crear localmente un mercado de capitales eficiente, de una manera que entrega la propiedad o el control a los que están cerca de la jubilación, no hay incentivos para la creación de riqueza a largo plazo, sino para la liquidación de activos. Si uno privatiza antes de crear una estructura reguladora y jurídica para una competencia perdurable, hay incentivos para crear monopolios e incentivos políticos para impedir la creación de dicho régimen de competencia. Si uno privatiza en un sistema federal, pero permite que las autoridades regionales y locales apliquen libremente impuestos y regulaciones, uno no ha eliminado el poder y los incentivos de las autoridades públicas para obtener rentas; en cierto sentido, uno no ha privatizado en absoluto.

EL ENFOQUE BOLCHEVIQUE DE LA REFORMA DE LOS MERCADOS

Si los reformadores radicales hubiesen mirado más allá de su estrecha visión económica, habrían comprobado que la historia enseña muy pocos o ningún final feliz de los experimentos de reformas radicales. Esto fue así desde la Revolución francesa de 1789 y la Comuna de París de 1871, hasta la Revolución bolchevique en Rusia en 1917 y la Revolución Cultural china en los años sesenta y setenta. Es fácil percibir las fuerzas que hicieron surgir cada una de esas revoluciones, pero todas generaron sus Robespierre, sus líderes políticos que fueron corrompidos por la Revolución o bien la arrastraron a los extremos. En contraste, la exitosa «revolución» norteamericana no fue genuina revolución social; fue un cambio revolucionario en las estructuras políticas, pero representó un cambio evolucionista en la estructura de la sociedad. Los reformadores radicales de Rusia intentaron simultáneamente una revolución en el régimen económico y en la estructura de la sociedad. Lo más triste es que finalmente fallaron en ambos objetivos: hubo una economía de mercado en la cual numerosos apparatchiks del partido simplemente fueron investidos con más poderes para controlar y beneficiarse de las empresas que antes habían gestionado, y en la cual las palancas del poder aún permanecían en manos de antiguos funcionarios del KGB. Hubo, empero, una dimensión nueva: apareció un puñado de nuevos oligarcas, capaces de y dispuestos a ejercer un inmenso poder político y económico.

Los reformadores radicales emplearon de hecho estrategias bolcheviques, aunque recurrieran a textos distintos. Los bolcheviques impusieron el comunismo a un país que no lo quería en los años que siguieron a 1917. Sostuvieron entonces que la forma de construir el socialismo era que los cuadros de la élite «lideraran» (a menudo un eufemismo por «obligaran») a las masas hacia el camino correcto, que no era necesariamente el camino que las masas preferían o pensaban que era el mejor. En la «nueva» revolución poscomunista rusa, una elite, encabezada por burócratas internacionales, análogamente intentó forzar un cambio rápido sobre una población reticente.

Los que abogaban por el enfoque bolchevique no sólo ignoraban la historia de dichas reformas radicales; además, postulaban que los procesos políticos operarían de un modo sin antecedente histórico alguno. Por ejemplo, economistas como Andrei Shleifer, que reconocían la importancia del marco institucional para una economía de mercado, creyeron que la privatización –no importaba cómo fuera aplicada– conduciría a una demanda política de las instituciones que gobiernan la propiedad privada.

Cabe pensar en el argumento de Shleifer como en una (injustificable) extensión del Teorema de Coase. El economista Ronal H. Coase, que obtuvo el premio Nobel por su obra, argumentó que para alcanzar la eficiencia son esenciales unos derechos de propiedad bien definidos. Incluso si se distribuían los activos alguien que no sabía administrarlos bien, en una sociedad con derechos de propiedad bien definidos esa persona tendría un incentivo a venderlos a alguien que los podría gestionar eficientemente. De ahí, concluían los partidarios de la privatización rápida, que no fuera necesario prestar mucha atención a cómo se hacía la privatización. Hoy se reconoce que las condiciones bajo las cuales la conjetura de Coase es válida con sumamente restrictivas* –y ciertamente no existían cuando Rusia se embarcó en la transición.

*Este teorema es válido sólo cuando no hay costes de transacción ni imperfecciones en la información. El propio Coase admitió la severidad de esas limitaciones. Asimismo, nunca es posible especificar cabalmente los derechos de propiedad, y ello era especialmente cierto en las economías de transición. Incluso en los países industrializados avanzados, los derechos de propiedad quedan circunscritos por consideraciones del medio ambiente, los derechos de propiedad quedan circunscritos por consideraciones del medio ambiente, los derechos de los trabajadores, la planificación urbana, etcétera. Aunque las leyes puedan procurar clarificar estos asuntos en todo lo posible, con frecuencia surgen disputas que hay que zanjar mediante procesos legales. Por suerte, dado el «imperio de la ley» existe una confianza general en que esto se hace de modo justo y equitativo. Pero no en Rusia.



próximamente la 3ª

lunes, 14 de enero de 2008

1ª Parte - Economía por J.E.S.

Aquí va la primera entrega de "los mejores pasajes (para mí)" del libro El malestar en la globalización de Joseph E. Stiglitz.

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DE CÓMO LAS POLÍTICAS EQUIVOCADAS MALOGRARON LA TRANSICIÓN
Ya hemos visto algunas de las formas en las que las políticas del Consenso de Washington contribuyeron al fracaso: la privatización mal hecha no llevó a incrementar la eficiencia o el crecimiento sino a la liquidación de activos a la decadencia. Hemos visto cómo los problemas se potenciaron por las interacciones entre las reformas, así como su ritmo y secuencia: la liberalización del mercado de capitales y la privatización facilitaron la salida de dinero del país, la privatización previa al establecimiento de una infraestructura legal propició a la vez la posibilidad y el incentivo para liquidar activos en vez de reinvertir en el futuro del país. Una descripción cabal de lo que sucedió a un análisis completo de los modos en que los programas del FMI contribuyeron a la decadencia del país ocuparían un libro entero. Sólo bosquejaré aquí tres ejemplos. En cada caso, los defensores del FMI alegarán que las cosas habrían sido peores sin sus programas. En algunos –como la ausencia de políticas de competencia- el FMI insistirá en que dichas políticas integraban el programa, pero Rusia ¡ay! No las puso en práctica. Es una defensa ingenua: dadas sus docenas de condiciones, todo estaba en el programa del FMI. Pero Rusia sabía que cuando llegara el momento de la inevitable charada en la cual el FMI amenazaría con recortar la ayuda, Rusia negociaría duro, se alcanzaría un acuerdo (no siempre sería cumplido) y la espita del dinero volvería a abrirse. Lo que contaba eran los objetivos monetarios, los déficits presupuestarios y el ritmo de las privatizaciones; el número de empresas que a habían pasado a manos privadas, no importaba cómo. Casi todo lo demás era secundario; y mucho –como la política de competencia- era virtualmente fachada, para rebatir a los críticos que decían que se estaban olvidando ingredientes importantes de una buena estrategia de transición. Como no dejé recomendar políticas de competencia más intensas, los rusos que coincidían conmigo, los que intentaban establecer una genuina economía de mercado, los que procuraban crear una efectiva autoridad de competencia.
No es fácil decidir qué destacar, qué prioridades establecer. Los manuales de economía con frecuencia son una guía insuficiente. La teoría económica dice que para que los mercados funcionen bien tiene que haber competencia y propiedad privada. Si reformar fuera fácil, bastaría con blandir una varita mágica y ambas aparecerían. El FMI optó por enfatizar la privatización, y despachó la competencia a toda prisa. Su lección acaso no fue sorprendente: los intereses empresariales y financieros a menudo se oponen a las políticas de competencia, porque ellas restringen sus posibilidades de ganar dinero. Las consecuencias de este error del FMI fueron mucho más graves que los meros precios elevados: las empresas privatizadas procuraron establecer monopolios y cárteles, para ampliar sus beneficios, sin disciplina de políticas antitrust efectivas. Y, como suele suceder, los beneficios monopólicos son particularmente seductoras para los que están dispuestos a recurrir a técnicas mafiosas para lograr el dominio del mercado o imponer la colusión.
El Modo en que la transición tuvo lugar en Rusia erosionó este capital social. Uno no se enriquecía trabajando duro o invirtiendo, sino empleando los contactos políticos para conseguir barata la propiedad estatal en las privatizaciones. El contrato social, que une a los ciudadanos y su Gobierno, se rompió cuando los pensionistas vieron que el Gobierno regalaba valiosos activos públicos pero afirmaba que no tenía dinero para pagar sus pensiones.
El énfasis del FMI en la macroeconomía –y en particular la inflación- hizo que dejara de lado los problemas de la pobreza, la desigualdad y el capital social. Cuando se le indicaba esta miopía, respondía: «La inflación es especialmente severa con los pobres». Pero su esquema político no estaba diseñado para minimizar el impacto sobre los pobres. Y al desdeñar los efectos de sus políticas sobre los pobres y el capital social, el FMI de hecho conspiró contra el éxito macroeconómico. La erosión del capital social generó un ambiente poco propicio para la inversión. La falta de atención del Gobierno ruso (y el FMI) hacia una red mínima de seguridad frenó el proceso de reestructuración, porque los más obstinados directores de fábricas a menudo veían que era difícil despedir trabajadores cuando sabían que no había casi nada entre el despido y los apuros más extremos, por no decir el hambre.
MÁS POBREZA Y DESIGUALDAD
Poco después de llegar al Banco Mundial, empecé a prestar más atención a lo que sucedía y a las estrategias seguidas. Cuando plantee mis reservas en estos asuntos, un economista del Banco que desempeñó un papel clave en las privatizaciones respondió acaloradamente. Citó los atascos de tráfico –y los muchos Mercedes– en las salidas de Moscú cualquier fin de semana durante el verano, y las tiendas repletas de lujosos bienes importados. Este panorama era muy distinto de los comercios vacíos y descoloridos típicos del antiguo régimen. Yo no disentía de que hubiese un número considerable de personas que se habían enriquecido lo suficiente como para provocar embotellamientos de tráfico o crear una demanda suficiente de zapatos de Gucci y u otros artículos de lujo importados como para que algunas tiendas prosperaran. En numerosos lugares de descanso en Europa los rusos opulentos han reemplazado a los acaudalados árabes de hace dos décadas. En algunos de ellos hasta los nombres de las calles aparecen en ruso además de en la lengua local. Pero un atasco de Mercedes en un país cuya renta per cápita es de 4730 dólares (como era en el 1997) es señal de enfermedad, no de salud. Es un signo nítido de que la sociedad concentra su riqueza en una minoría y no la distribuye entre la mayoría.
La transición en Rusia expandió significativamente el número de pobres e hizo prosperar a un puñado de ricos, pero a la clase media la aniquiló. Primero, la inflación agotó sus magros ahorros. Como los salarios no acompañaron a la inflación, las rentas reales bajaron. Los recortes en los gastos de educación y salud erosionaron aún más sus niveles de vida. Los que pudieron emigraron (algunos países, como Bulgaria, perdieron el diez por ciento de su población o más, y una fracción aún mayor de su fuerza de trabajo mejor preparada). Los brillantes estudiantes de Rusia y otros países de la antigua Unión Soviética con los que me he topado trabajan duro con una sola ambición: emigrar a Occidente. Estas pérdidas son relevantes no sólo por lo que comportan para los que viven ahora en Rusia sino por lo que permiten presagiar para el futuro: históricamente, la clase media ha sido fundamental para crear una sociedad basada en el imperio de la ley y los valores democráticos.
La magnitud del aumento en la desigualdad, igual que la magnitud y duración de la decadencia económica, sorprendió. Los expertos esperaban una expansión en la desigualdad, o al menos en la que se puede medir. El antiguo régimen mantenía las rentas similares porque suprimía las diferencias salariales. El sistema comunista, aunque no garantizaba una vida sencilla, evitó la pobreza extrema y mantuvo los estándares de vida con una relativa igualdad, suministrando un elevado común denominador en la calidad de la educación, la vivienda, la salud y los servicios de cuidados para los niños. Con el paso a la economía de mercado, quienes trabajasen esforzadamente y produjesen con tino cosecharían una retribución por su labor, con lo que algún incremento en la desigualdad iba a ser inevitable. Sin embargo, se esperaba que Rusia no se vería afectada por la desigualdad derivada de la riqueza heredada. Sin este legado de desigualdad heredada, la expectativa era de una economía de mercado más igualitaria. ¡Cuán distintas fueron las cosas! Hoy Rusia registra un nivel de desigualdad comparable con los peores del mundo, los de las sociedades latinoamericanas basadas en una tradición semifeudal*.
Rusia logró el peor de los mundos posibles: una enorme caída en la actividad y una enorme alza en la desigualdad. El pronóstico para el futuro es desolador: la desigualdad extrema impide el crecimiento, en particular cuando da pie a la inestabilidad social y política.
*Según una medida habitual de la desigualdad (el coeficiente de Gini), en 1998 Rusia alcanzó un nivel de desigualdad que duplicaba al de Japón, era un 50 por ciento mayor al de Reino Unido y otros países de Europa, y era comparable al de Venezuela y Panamá. Entretanto, los países que habían acometido políticas gradualistas, Polonia y Hungría habían logrado mantener bajo su nivel de desigualdad – el de Hungría era incluso inferior al de Japón, y el de Polonia inferior al del Reino Unido.
Así como los reformadores radicales de la «terapia de choque» alegaban que el problema de la liberalización no radicaba en su excesiva lentitud sino en su deficiente rapidez, lo mismo ocurría con la privatización. Mientras que la República Checa, por ejemplo fue alabada por el FMI, aunque vacilara, quedó claro que la retórica del país había sobrepasado sus realizaciones: dejó a los bancos en manos del Estado. Si un Gobierno privatiza empresas pero deja a los bancos en manos del Estado, o sin una regulación efectiva, ese Gobierno no crea las estrictas restricciones presupuestarias que llevan a la eficiencia, sino más bien una forma alternativa y menos transparente de subsidiar las empresas – y una abierta invitación a la corrupción-. Los críticos de la privatización checa argumentaban que el problema no estribó en que la privatización fue demasiado rápida sino que fue demasiado lenta. Pero ningún país ha podido privatizar todo de la noche a la mañana, y si un Gobierno intentara una privatización instantánea, el desenlace más probable sería el caos. La tarea demasiado ardua y los incentivos para cometer actos ilegales son demasiado acusados. Los fallos de las estrategias de privatización rápidas eran predecibles –y fueron predichos-.
Tal como fue practicada en Rusia (y también en demasiadas partes del antiguo bloque soviético), la privatización no sólo no contribuyó al éxito económico del país sino que socavó la confianza en el Estado, en la democracia y en la reforma. El resultado de regalar sus ricos recursos naturales antes de establecer un sistema para recaudar impuestos sobre esos recursos fue que un puñado de amigos y socios de Yeltsin se convirtieron en multimillonarios, pero el país fue incapaz de pagar a los jubilados su pensión de 15 dólares mensuales.
El ejemplo más egregio de mala privatización fue el programa de préstamos a cambio de acciones. En 1995 el Gobierno, en vez de acudir al banco central a por los fondos que necesitaba, acudió a los bancos privados. Numerosos de estos bancos privados pertenecían a amigos del Gobierno que habían recibido autorizaciones para construir bancos. En un ambiente con bancos poco regulados, las autorizaciones eran en realidad licencias para emitir dinero, para prestarse dinero a sí mismos o a sus amigos o al Gobierno. Como condición del préstamo, el Gobierno ofreció acciones de sus propias empresas en garantía. Entonces -¡sorpresa!- el Gobierno no pagó los créditos y los bancos se quedaron con las compañías en lo que cabe considerar como ventas fingidas (aunque las autoridades realizaron «subastas» de puro teatro) y unos pocos oligarcas se convirtieron en millonarios en un instante, el hecho de que carecieran de legitimidad hacía aún más imperativo que los oligarcas sacaran rápidamente el dinero del país, antes de que asumiese el poder un nuevo Gobierno que pudiese revertir la privatización o debilitar su posición.

sábado, 5 de enero de 2008

El malestar en la globalización - Joseph E. Stiglitz

Yo leí la edición de bolsillo.

Monografía de una edición anterior. (No la he leído aun.)

Tenía y tengo pensado trasladar aquí en forma de post unos cuantos pasajes muy interesantes del libro. Pese a que llevo toda la noche despierto, no he tenido tiempo *aun de empezar. Lo dejo para más adelante.

*(ni siquiera) sin tilde
*(todavía) con tilde
:p

Pandora

  PANDORA  A mi madre, Pilar. Prólogo: Se trata de una historia corta sobre IA, AGI y ASI. Recopila diferentes e hipotéticas...