Mostrando entradas con la etiqueta Filosofía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Filosofía. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de octubre de 2017

Ego

El secreto de tantos genios en lo relativo a su 'Yo', su 'Ego', es que abarque lo que abarque, sea pequeño o enorme, ellos siempre lo dominarán, se dominarán a sí mismos. El secreto está en ser uno con el propio ego, en que éste ocupe su lugar, ocupe el espacio que la persona ocupa en el mundo. El ser perfecto.

La exaltación del propio ego constantemente genera un ego mayor que pocas veces se puede contener por la propia persona. Un ego fuera de sí, fuera de la persona que tropieza de forma soez con el de otras personas o, si lo prefieres, que intenta engullir al de otras personas, a veces consiguiéndolo, a veces errando en el intento. Los que exaltan continuamente su ego, consiguen engullir a los que lo reprimen constantemente. Llevado por narcisismo, típica egolatría.

La represión del propio ego constantemente genera un ego menor del que la persona escapa, del que la persona se encuentra fuera de sí, fuera de su burbuja y en constante ditirambo con los demás y al saberse continuamente un don nadie, fuera del mundo y del círculo de su gente. Lleva a depresiones.

jueves, 26 de octubre de 2017

Cartesiano Parménides

Michael, [26.10.17 00:09]
AB =/= BA
Yo pienso | Yo soy
Yo soy =/= Yo pienso
Si piensas, eres. Existes.
Si eres y no piensas. Existes.

Michael, [26.10.17 00:14]
Si no piensa ni tampoco es, no existe.

Michael, [26.10.17 00:16]
Se existe bien por el ente en sí mismo que piensa y se dice ser, bien por la cosa que no piensa y, sin embargo, es porque los demás lo ven, lo tocan, etc. o incluso lo inteligen, como a Dios o dioses.

Michael, [26.10.17 00:19]
No existe lo que no es ni piensa. Dios es porque los demás lo inteligen pese a que no pueden conferirlo mediante los sentidos.

Michael, [26.10.17 00:20]
¿Dios piensa? Por todo lo que dicen de él, yo podría afirmarlo y nunca negarlo.


El ser sujeto es el "Yo soy", "Tú eres" y "Él es".
El ser objeto es el "Ello es". Cosa.

El ser sujeto piensa. Todo ser sujeto piensa. Todo ser sujeto siente y actúa o no en consecuencia mientras posea el sistema nervioso intacto y su actividad cerebral no decaiga totalmente.

El ser objeto es pensado por el ser sujeto.
-El ser objeto no piensa. Tv, mesa, cocina. Presente. Objetos inanimados.
-El ser objeto piensa. (SmartTV, SmartDesk, SmartKitchen). Futuro medio-largo plazo.

En el caso del ser sujeto, todo humano es un ser sujeto, aunque, sin embargo, exiten casos como los de la persona con alzheimer, o la persona en coma profundo por poner algunos ejemplos que nos pueden hacer dudar, nada más alejado de la realidad, no deberían hacernos dudar de su pensamiento.
La persona en coma profundo, siente; cuando es estimulada, su cerebro reacciona porque su sistema nervioso está intacto. En el caso de la persona con alzheimer, ésta reacciona a estímulos sensibles acusadamente por más de lo mismo, pese a no parecer poder tener una conversación racional con otra persona y nos muestra pensamiento desordenado, pero pensamiento.
Existen otros casos como en los que se extirpa parte del cerebro y el sujeto siente e interacciona con otros en la medida de lo posible.
Existe el caso de los animales cuyos cerebros son a veces acusadamente más pequeños que el nuestro, nada debe hacernos dudar de que sus sistemas nerviosos cumplen con una función parecida al nuestro. Sienten. Reaccionan a estímulos como lo hace un humano e, incluso, no vanalizando el tema, sienten la pérdida de los seres próximos a ellos: descendencia-ascendencia inmediata o, en caso de los primates, pérdida de un miembro del grupo.





_______________________________

Descartes:

"¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere y, también, imagina y siente. Ciertamente no es poco, si todo eso pertenece a mi naturaleza. Más ¿por qué no ha de pertenecerle? ¿No soy yo el mismo que ahora duda de casi todo y, sin embargo, entiende y concibe ciertas cosas, asegura y afirma que sólo éstas son verdaderas, niega todas las demás, quiere y desea conocer otras, o quiere ser engañado, imagina muchas cosas aveces, aun a pesar suyo, y siente también otras muchas por medio de los órganos del cuerpo? ¿Hay algo de esto que no sea tan verdadero como es cierto que yo soy y que existo, aun cuando estuviere siempre dormido y aun cuando el que me dio el ser emplease toda su industria en engañarme? ¿Hay alguno de esos atributos que pueda distinguirse de mi pensamiento o decirse separado de mí? Pues es tan evidente de suyo que soy yo quien duda, entiende y desea, que no hace falta añadir nada para explicarlo. [...] Por último, soy el mismo que siente, es decir, que percibe ciertas cosas, por medio de los órganos de los sentidos, puesto que, en efecto, veo la luz, oigo el ruido, siento el calor. Pero se me dirá que esas apariencias son falsas y que estoy durmiendo: Bien; sea así. Sin embargo, por lo menos es cierto, que me parece que veo la luz, que oigo ruido y que siento calor; esto no puede ser falso, y esto es, propiamente, lo que en mí se llama sentir, y esto, precisamente, es pensar."




Ser es el más general de los términos. Con la palabra «Ser» se intenta abarcar el ámbito de lo real en sentido ontológico general, esto es, la realidad por antonomasia, en su sentido más amplio: «realidad radical». El Ser es, por lo tanto, un trascendental, aquello que trasciende y rebasa todos los entes sin ser él mismo un ente, es decir, sin que ningún ente, por muy amplio que sea y se presente, lo agote. Dicho de otro modo: el Ser desborda y supera dialécticamente el mundo de las formas, el mundus asdpectabilis, trasladándose en otro contexto, «más allá del horizonte de las formas», más allá de toda la "morfología cósmica".1


La palabra "existencia" proviene de la palabra latina existere ("emerger", "aparecer", "presentarse", "salir", "hacerse visible").3​ Es interesante ver los matices que dicha etimología sugiere. El verbo latino "sisto", en su sentido intransitivo, viene a significar estar, permanecer, sostenerse.
Basta ver los diferentes matices que toma en sus derivados: consistir, desistir, insistir, asistir, persistir. Ex-sistir transmite la idea de algo que "exsiste" es decir que tiene ‘’’ser’’’, es algo que está fuera del mundo de la existencia y sale (ex) de allí para existir, es decir, manifestarse en el mundo.
Por oposición a esencia, realidad concreta de un ente cualquiera. En el léxico del existencialismo, por antonomasia, existencia humana.

________

Kant: Encasillado en su subjetividad, a la manera de Descartes, da a sus teorías una dirección muy distinta a la del filósofo francés. Descartes se adentra en su yo, pero ha de encontrar el camino para elevarse a Dios, y a un tiempo, para dar «certidumbre» al mundo físico o de la res extensa. Kant, encerrado en un mundo fenoménico, ha de descalificar la posibilidad de contactar a las cosas en sí mismas, sean las del mundo, la de Dios, o del alma.


"La capacidad (receptividad) de recibir representaciones, al ser afectadas por los objetos, se llama «sensibilidad». La ciencia de todos los principios de la sensibilidad a priori la llamo «estética trascendental» [...] todas nuestras intuiciones no son más que una representación fenoménica. Permanece para nosotros absolutamente desconocido qué sean los objetos en sí, independientemente de toda esa receptividad de nuestra sensibilidad. "

________


Edmund Husserl: En concordancia con esto dice también que sus investigaciones “no tenían tema ontológico” y que la fenomenología pura no hace ni la menor afirmación sobre existencias reales (reales Dasein).

La ontología (del griego οντος 'del ente', genitivo del participio del verbo εἰμί 'ser, estar'; y λóγος 'ciencia, estudio, teoría')


Existencialismo:

Kierkegaard: La única base de una filosofía con significado es el “individuo existente” (“situado”, podríamos añadir); la filosofía no tiene que ver con una contemplación imparcial (objetiva) del mundo ni de descifrar la “verdad”. Para él, verdad y experiencia están ligadas y hay que abandonar la idea de que la filosofía es una especie de ciencia exacta y pura.

En expresión de Heidegger: «el-ser-en-el-mundo» Heidegger, en efecto, se caracteriza, según algunos, por su firme pesimismo:6​ considera al ser humano como yecto (arrojado) en el mundo; el Dasein se encuentra arrojado a una existencia que le ha sido impuesta, abandonado a la angustia que le revela su mundanidad

Marcel abogaba por una filosofía de lo concreto que reconociera que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo condicionan en esencia «lo que se es en realidad»

Ortega y Gasset: Yo soy yo y mi circunstancia.

Sartre: la "esencia de un objeto es su misma existencia" en cambio en el ser humano la existencia precede a la esencia, será el yo de cada humano con sus transcendencias​ el que le dará sentido a la existencia humana, por otra parte rechaza en El ser y la nada el nihilismo de Heidegger: la nada es algo "irrealizante".

_________

Hartmann: Partiendo de una crítica de la noción de ontología como metafísica y con ella de toda la escolástica, Hartmann afirma que la ontología es en realidad la crítica que permite descubrir los límites de la metafísica y qué contenidos pueden ser considerados racionales o inteligibles.18

Un rasgo curioso del problema ontológico es su simplicidad. Puede formularse en dos monosílabos castellanos: «¿Qué hay?». Puede además responderse en una sola palabra: «Todo», y todos aceptarán esta respuesta como verdadera. Sin embargo, esto es sólo decir que hay lo que hay. Queda lugar para discrepancias en casos particulares; y así la cuestión ha persistido a través de los siglos


wikipedia.org 

martes, 17 de octubre de 2017

La muerte y el delirio; el gallo y el hombre


La muerte de Sócrates y el delirio de Diógenes de Sinope.



Muerte de Sócrates

Platón no pudo asistir a los últimos instantes y éstos fueron reconstituidos en el Fedón, según la narración de varios discípulos. Aquí está el paso que describe los síntomas:

Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
—Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.
—Así se hará, dijo Critón. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.
Este fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy destacado, el más inteligente y el más justo.

Fedón 117e-118c.



Delirio de Diógenes de Sinope

Profesaba un desprecio tan grande por la humanidad que en una ocasión dejaron en su tinaja un pequeño candil; él pensó que no lo necesitaba, pues aunque en las noches y cuando hace frío se pasaba bastante mal, él no necesitaba estar despierto iluminándose con el mismo. Diógenes pasó mucho tiempo pensando qué haría con él, por lo que durmió esa noche y al amanecer despertó reflexionando qué hacer con el candil. Apareció en pleno día por las calles de Atenas, con el candil de aceite en la mano, diciendo: “Busco un hombre, busco un hombre honrado que ni con el candil encendido puedo encontrarlo”. La gente lo seguía y él continuaba vociferando lo mismo, sin encontrarlo aun a plena luz del día y con el candil encendido. Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban en su camino diciendo que solo tropezaba con escombros, pretendía encontrar al menos un hombre honesto sobre la faz de la tierra. En una ocasión, cierto hombre adinerado le convidó a un banquete en su lujosa mansión, haciendo hincapié en que allí estaba prohibido escupir. Diógenes hizo unas cuantas gárgaras para aclararse la garganta y le escupió directamente a la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio donde desahogarse. Cuando Platón le dio la definición de Sócrates del hombre como “bípedo implume”, por lo cual había sido bastante elogiado, Diógenes desplumó un gallo y ante el asombro de los discípulos y del mismo Platón lo soltó en la Academia diciendo: “¡Te he traído un hombre!” y partió entre risas y doblándose sobre sí mismo. Entre la sorpresa y risas de sus discípulos salió Platón al frente respondiendo: "no te preocupes, le agregaremos algo a la definición" y gritó a Diógenes: "El hombre es el bípedo implume con uñas anchas". Acto seguido Diógenes dejó de reír, dándose cuenta de que Platón también sabía responder. Escuchando a una persona (probablemente un discípulo de Zenón de Elea) negar el movimiento, Diógenes se levantó y se puso a caminar. En otra ocasión, un ateniense discurría sobre los meteoros y Diógenes le dijo: ¿hace cuánto tiempo que llegaste tú del cielo?".3​ Cuando Diógenes asistía a los baños se encontraba siempre con un citarista al que todo el mundo despreciaba y criticaba, mas Diógenes lo saludaba con respeto, incluso con cierta admiración, a lo que algún curioso lo interrogó sobre el motivo por el que saludaba al citarista con lo mal que tocaba, respondiendo a esto Diógenes: "Porque tal y como es toca y canta, pero no roba a nadie". Así fue pasando día tras día y al citarista despreciado por todos Diógenes siempre saludaba, creando, incluso, la frase "Dios te guarde, gallo" para saludarlo. El citarista siempre le devolvía el saludo. Cierta vez el citarista preguntó a Diógenes el motivo por qué lo llamaba así, a lo que Diógenes le contestó: "Porque eres como los gallos, cuando cantas haces levantar a todo el mundo de tu lado". Sí, es verdad que los atenienses se burlaban de él, pero también es verdad que lo temían y respetaban.

wikipedia.org


Stanford Encyclopedia of Philosophy

jueves, 16 de marzo de 2017

El caminante y su sombra - Nietzsche

14
El hombre, comediante del mundo. Habría que ser más astuto de lo que es el hombre para disfrutar a fondo del chiste que supone que el hombre se considere el fin de todo el universo y de que la humanidad declare seriamente que sólo se contenta con la perspectiva de una misión universal. Si el mundo fue creado por un Dios, ese Dios ha creado al hombre para ser su mono, como una diversión permanente para esa eternidad suya tan excesivamente larga. La armonía de las esferas alrededor de la Tierra sería la carcajada del resto de las criaturas que rodean al hombre. El dolor le sirve a ese ser inmortal que se aburre para hacer cosquillas a su animal favorito, para disfrutar con sus actitudes trágicas y orgullosas, y con las interpretaciones que da a sus sufrimientos, y sobre todo para la invención intelectual de la más vana de las criaturas, por ser el inventor. Porque el que inventó al hombre para reírse de él, tenía más ingenio que él, y también disfrutaba más de su agudeza. Incluso hoy, que nuestra vanidad tiene la voluntad de humillarse, nos juega una mala pasada: nos hace creer que los hombres seríamos, al menos en lo que a esa vanidad se refiere, algo incomparablemente milagroso. ¡Nosotros, únicos en el mundo! ¡Qué cosa tan inverosímil! Los astrónomos, que con frecuencia ven un horizonte alejado de la tierra, explican que la gota que representa la vida en el mundo no tiene la menor importancia ante la totalidad del inmenso océano del devenir y del perecer, que hay numerosos astros, de los que nada sabemos, con características similares a la Tierra para generar la vida, aunque en realidad, sólo son un puñado pequeño en comparación con el infinito número de planetas en los que no se dio el primer impulso de la vida o que se han curado de él hace mucho tiempo, que el tiempo que duró el impulso de la vida en cada uno de esos astros, comparado con la duración de su existencia, ha sido un instante, un relámpago seguido de largos espacios de tiempo, y que, en consecuencia, la vida no es el objetivo ni el fin último de la existencia del universo. La hormiga en el bosque quizá también se cree el objetivo y el fin del bosque, así como nosotros en nuestra imaginación creemos que la destrucción de la humanidad supone el fin de la Tierra. Y somos modestos cuando nos detenemos allí y no imaginamos un ocaso general del mundo y de los dioses para celebrar solemnemente los funerales del último mortal. El astrónomo más desprejuiciado sólo puede imaginar una Tierra sin vida como el sepulcro iluminado y flotante de la humanidad.

23
¿Tienen derecho a castigar los defensores de la doctrina del libre albedrío?Quienes, por su profesión, juzgan y castigan, tratan de determinar en cada caso concreto si el criminal es responsable de su acción, si ha podido servirse de la razón, si ha obrado por motivos, y no inconscientemente o forzado a ello. Si se le castiga, es por haber preferido las razones malas a las buenas, que debía conocer. Cuando falta este conocimiento, según las ideas imperantes, el hombre no es libre, y, por consiguiente, no es responsable, a menos que su ignorancia su desconocimiento de la ley, por ejemplo sea consecuencia de un descuido intencionado, en cuyo caso, al no haber querido enterarse de cuál era su deber y preferir las malas razones a las buenas, ha de sufrir ahora las consecuencias de su elección. Por el contrario, si no ha sabido elegir por imbecilidad o estupidez, no se le puede castigar. Entonces se dice que no poseía el discernimiento requerido, que obró como un animal. La negación intencionada de la razón mejor constituye la condición exigida para que un criminal sea merecedor del castigo. Ahora bien, ¿es posible que un individuo sea intencionadamente más irracional de lo que debe ser? ¿Qué le decide a obrar cuando en los platillos de la balanza figuran motivos buenos y motivos malos? No pueden obligarle ni el error, ni la ceguera, ni una coacción interna o externa. (Por otro lado, hay que pensar que la llamada «coacción externa» no es sino la «coacción interna» del miedo o del dolor). ¿Qué es, entonces?, cabe preguntar. No puede ser la razón la causa que le impulse a obrar, porque ésta no podría decidir en contra de los mejores motivos. Aquí es donde se recurre al concepto de «libre albedrío»: cuando no actúa ningún motivo y el acto se realiza como un milagro, saliendo de la nada, quien interviene es el puro capricho. Se castiga esta pretendida discreción en un caso en que no debe imperar el capricho, considerándose que la razón que conoce la ley, la prohibición y el precepto no habría podido dejar elegir y habría actuado como coacción y fuerza superior. Por consiguiente, se castiga al criminal porque obra sin razón, cuando debería haber actuado de acuerdo con razones. Ahora bien ¿por qué ha obrado así? Ésta es precisamente la pregunta que no nos es lícito hacer: su acción carece de un «por qué», de un motivo, de un origen: es algo sin objeto ni razón. Sin embargo, de acuerdo con las condiciones de penalidad expuestas antes, ¡no debería haber tampoco derecho a castigar semejante acto! De este modo, no podemos hacer valer esta forma de penalidad, porque es como si no se hubiese hecho uso de la razón, ya que, en cualquier caso, la omisión se ha hecho inintencionadamente y sólo son punibles las omisiones intencionadas de los principios establecidos. A decir verdad, el criminal ha preferido las malas razones a las buenas, pero sin motivo ni intención; no ha utilizado su razón. La hipótesis relativa al criminal que merece ser castigado, según la cual éste ha rechazado su razón inintencionadamente, queda eliminada si aceptamos el concepto de «libre albedrío». ¡Defensores de la teoría del «libre albedrío»!, no tenéis derecho a castigar porque os lo prohíben vuestros propios principios. Pero tales principios no son más que un conjunto de ideas mitológicas muy singulares y la gallina que los ha empollado estaba muy lejos de la realidad cuando ponía sus huevos.

24
Para juzgar al criminal y a su juez. El criminal que conoce toda la concatenación de las circunstancias, a diferencia de su juez y censor, no considera que su acto esté fuera del orden y de la comprensión: sin embargo, su castigo viene determinado por el grado de asombro o extrañeza que se apodera de dichos jueces ante eso que les resulta tan incomprensible como es el acto del criminal. Cuando el abogado defensor de un criminal conoce suficientemente el caso y su génesis, las circunstancias atenuantes que va presentando, una tras otra, terminan borrando necesariamente toda la falta. O, por decirlo con mayor exactitud, el defensor atenuará, grado a grado, el asombro y la extrañeza que inducen a condenar y a infligir el castigo, y acabará eliminándolos totalmente y forzando a todo el que le escuche con imparcialidad a decirse interiormente: «Ha tenido que obrar como lo ha hecho: castigarle supondría castigar a la eterna fatalidad». ¿No se opone a toda equidad medir el grado de castigo por el grado de conocimiento que se tiene o se puede tener de la historia de un crimen?

lunes, 21 de noviembre de 2016

Cómo se filosofa a martillazos - F.W. Nietzsche [PART 2]




CORRERÍAS DE UN HOMBRE INACTUAL
 
1
Mis imposibles. Séneca: o el torero de la virtud. Rousseau: o el retorno a la Naturaleza in impuris naturalibus. -Schiller: o el trompeta moral de Säckingen. Dante: o la hiena que compone sus versos en tumbas.Kant: o cant como carácter inteligible.-Víctor Hugo: o el faro junto al mar del absurdo.-George Sand: o lactea ubertas, o sea, la vaca lechera con “estilo hermoso”.-Michelet: o el entusiasmo en mangas de camisa.-Carlyle: o el pesimismo como almuerzo mal digerido. John Stuart Mill: o la claridad agraviante. Les frères de Goncourt: o los dos Ayax trabados en lucha con Homero. Música de Offenbach. Zola: o “el deleite de heder”. 2

14
Anti-Darwin. Por lo que se refiere a la famosa “lucha por la existencia”, me parece, por lo pronto, más sostenida que demostrada. Se da, sí; pero como excepción. El aspecto total de la existencia no es el apremio, el hambre, sino, por el contrario, la riqueza, la abundancia y aun el derroche absurdo; donde se lucha, se lucha por poder... No se debe confundir a Malthus con la Naturaleza. Mas suponiendo que se dé esta lucha-y se da, en efecto-, su desenlace es, por desgracia, justamente el contrario del que desea la escuela darwinista, desfavorable a los fuertes, los privilegiados, los excepcionales. Las especies no progresan en el sentido del perfeccionamiento; una y otra vez los débiles dan cuenta de los fuertes, por ser la abrumadora mayoría y también por ser más inteligentes... Darwin se olvidó del espíritu (¡gesto típicamente inglés!). Los débiles tienen más espíritu... Hay que tener necesidad de espíritu para adquirir espíritu; se pierde si no se le necesita. Quien tiene la fuerza prescinde del espíritu (“¡déjalo!-se piensa ahora en Alemania-; el Reich ha de quedar” ... ). Como se ve, yo entiendo por espíritu la prudencia, la astucia, la paciencia, la simulación, el gran dominio de sí mismo y todo lo que es mimetismo (éste comprende gran parte de la llamada virtud).

16
El tacto sicológico de los alemanes aparece puesto en tela de juicio por una serie de casos que mi modestia me impide enumerar. En un determinado caso no habrá de faltarme un magno motivo para fundamentar mi tesis: reprocho a los alemanes haberse equivocado con Kant y con la que yo llamo “filosofía de las traspuertas” ; esto ciertamente no fue un dechado de probidad intelectual. Otra cosa que me saca de quicio es el fatal “y”: los alemanes dicen “Goethe y Schiller”; temo que hasta digan “Schiller y Goethe”... ¿Todavía no se sabe quién fue Schiller? No es éste, por cierto, el “y” más grave; yo mismo he oído, en verdad que sólo de labios de profesores de Universidad, “Schopenhauer y Hartmann”...

20
Nada es bello, sólo el hombre es bello: en esta ingenuidad descansa toda estética; ella es la verdad primordial de la estética. Agreguemos a renglón seguido otra segunda: nada hay tan feo como el hombre degenerado; queda así delimitado el reino del juicio' estético. Desde el punto de vista fisiológico, todo lo feo debilita y apesadumbra al hombre. Le sugiere quebranto, peligro e impotencia; le ocasiona efectivamente una pérdida de fuerza. Cabe medir el efecto de lo feo con el dinamómetro. Cuando quiera que el hombre experimente un abatimiento, sospecha la proximidad de algo “feo”. Su sentimiento de poder, su voluntad de poder, su valentía, su orgullo, se merman por obra de lo feo y aumenta por obra de lo bello... En uno y otro caso sacamos una conclusión: las premisas correspondientes están acumuladas en inmensa cantidad en el instinto. Lo feo es entendido como señal y síntoma de la degeneración; todo lo que siquiera remotamente sugiere degeneración determina en nosotros el juicio “feo”. Todo indicio de agotamiento, de pesadez, de vejez y cansancio; toda clase de coerción, bajo forma de espasmo o paralización; en particular, olor, color-y forma de la desintegración, de la podredumbre, aunque sea en su dilución última en símbolo; todo esto provoca idéntica reacción, el juicio de valor “feo”. Manifiéstase aquí un odio, ¿y qué es lo que odia el hombre? No cabe duda que la decadencia de su tipo. Odia en este caso llevado por el instinto más profundo de la especie. En este odio hay estremecimiento de horror, cautela, profundidad y visión; es el odio más profundo que puede darse. Por él es el arte profundo...

21
Schopenhauer. Schopenhauer, el último alemán que cuenta (por ser un acontecimiento europeo, como Goethe, como Hegel, como Heinrich Heine, y no tan sólo un acontecimiento local, “nacional”), es para el sicólogo un caso de primer orden, en cuanto tentativa maligna, pero genial de movilizar, con miras a una desvalorización total nihilista de la vida, precisamente las contrainstancias, las grandes autoafirmaciones de la “voluntad de vida”, las formas exuberantes de ella. En efecto, interpretó, uno por uno, el arte, el heroísmo, el genio, la belleza, el gran sentimiento de simpatía, el conocimiento, la voluntad de verdad y la tragedia como consecuencias de la “negación” o la necesidad de negación, de la “voluntad”: la más grande sofisticación sicológica que conoce la historia, abstracción hecha del cristianismo. Bien mirado, con esto Schopenhauer no es sino el heredero de la interpretación cristiana; sólo que supo aprobar hasta lo que el cristianismo repudia, los grandes hechos culturales de la humanidad, en un sentido cristiano, esto es, nihilista (o sea, como caminos de “redención”, como formas preliminares de la “redención”, como estimulantes del anhelo de “redención” ... ).

22
Consideraré un caso particular. Habla Schopenhauer de la belleza con un ardor melancólico. ¿Por qué, en definitiva? Porque la tiene por un puente sobre el cual se va más lejos o se experimenta el anhelo de ir más allá... Se le aparece como algo que por un momento redime de la “voluntad”; como algo que incita a redimirse de una vez por todas... La ensalza en particular como lo que redime del “foco de la voluntad”, de la sexualidad; considera que ella implica la negación del instinto sexual... ¡Qué santo más raro! Alguien le contradice; temo que sea la Naturaleza. ¿Por qué hay belleza en sonido, color, fragancia y movimiento rítmico en la Naturaleza? ¿Qué es lo que fuerza la manifestación de lo bello? Afortunadamente, le contradice también un filósofo. Nada menos que el divino Platón (y así le llama el propio Schopenhauer) sostiene una tesis diferente: que toda la belleza excita el instinto sexual; que en esto reside precisamente su efecto específico, desde la máxima sensualidad hasta la máxima espiritualidad...
23
Platón va más allá. Con un candor muy heleno, incompatible con el “cristiano”, afirma que no habría ninguna filosofía platónica si no hubiese en Atenas tantos jóvenes hermosos; que sólo la vista de estos jóvenes sume el alma del filósofo en una embriaguez erótica y que no se libra hasta no haber plantado en tan hermoso suelo la semilla de todas las cosas elevadas. ¡Otro santo muy raro! Uno se resiste a dar crédito a sus oídos, aun en el supuesto de que se diera crédito a Platón. Se adivina, en todo caso, que en Atenas se filosofaba de una manera diferente, sobre todo en ~ublico. Nada hay tan antiheleno como la sutilización conceptual de un solitario, amor intellectualis dei al modo de Spinoza. La filosofía al modo de Platón corresponde definirla más bien como rivalidad erótica, como evolución y profundización de la antigua gimnasia agonal y sus premisas... ¿Qué surgió, por último, de este erotismo filosófico de Platón? Una nueva modalidad artística del agon heleno, la dialéctica. Para terminar, recordaré, en oposición a Schopenhauer y en honor de Platón, que también toda la cultura y literatura superiores de la Francia clásica han nacido en el suelo del interés sexual. Cabe buscar en ellas por doquier la galantería, los sentidos, la rivalidad sexual, la “mujer”; no se buscará nunca en vano...

24
L'art pour l'art. La lucha por el fin en el arte es siempre la lucha contra la tendencia a la moralización en el arte, contra su subordinación a la moral. L'art pour l'art quiere decir: “¡que se vaya al diablo la moral!” Mas aun esta hostilidad revela el imperio del prejuicio. Una vez excluido del arte el fin de la moralización y del perfeccionamiento de los hombres, no por eso el arte carece necesariamente de fin, meta y sentido y es necesariamente l'art pour l'art-un gusano que se muerde la cola. “¡Ni fin moral, ni fin alguno!'-, así habla la pura pasión. El sicólogo, en cambio, pregunta: ¿qué hace todo arte?, ¿no elogia?, ¿no exalta?, ¿no escoge?, ¿no destaca? Con todo esto, robustece o debilita determinadas valoraciones... ¿Se trata tan sólo de una cosa accidental?, ¿de una casualidad?, ¿de algo en que el instinto del artista no interviene para nada? ¿O bien de la idea del poder del artista?... El instinto más profundo del artista, ¿tiende al arte?, ¿no tiende al sentido del arte, a la vida?, ¿a un ideal de vida? Si el arte es la gran incitación a la vida, ¿cómo considerarlo carente de fin y meta, de acuerdo con l'art pour l'art? Sigue entonces en pie este interrogante: el arte plasma también muchas cosas feas, duras y problemáticas de la vida. ¿Se aparta de ella? Y, en efecto, ha habido filósofos que le daban este sentido. Schopenhauer enseñaba como propósito total del arte: “liberarse de la voluntad”, y ensalzaba “inducir a la resignación” como la gran utilidad de la tragedia. Pero esto, según ya lo di a entender, es óptica de pesimista y “mal de ojo”; hay que apelar a los artistas mismos. ¿Qué comunica el artista trágico de su intimidad? ¿No exhibe él precisamente el estado exento de miedo ante lo pavoroso y problemático? En este estado es una aspiración elevada; quien lo conoce le rinde los máximos honores. Lo comunica, no puede por menos de comunicarlo, siempre que sea un artista, un genio de la comunicación. La valentía y libertad del sentimiento ante un enemigo poderoso, ante una sublime desventura, ante un problema que sobrecoge; este estado triunfante es el que elige y exalta el artista trágico. Ante la tragedia, lo que hay de guerrero en nuestra alma celebra sus saturnales; quien está acostumbrado a sufrir y va en procura del sufrimiento, el hombre heroico, con la tragedia ensalza su existencia; únicamente a él sirve lo trágico la bebida de esta dulcísima crueldad.

28
Hablan los “impersonales”. “Nada nos es tan fácil como ser sabios, pacientes, superiores y serenos. Chorreamos aceite de indulgencia y simpatía; somos de una manera absurda justos; perdonamos todo. Por eso mismo debiéramos desarrollar en nosotros de tanto en tanto un pequeño afecto, un pequeño vicio de afecto. Tal vez nos cueste; tal vez nos riamos, entre nosotros, de la figura que encarnamos. Pero no tenemos más remedio. No nos queda ya ninguna otra forma de autodisciplina; tal es nuestro ascetismo, nuestra penitencia”... Volverse personal, he aquí la virtud del “impersonal”...

viernes, 18 de noviembre de 2016

Cómo se filosofa a martillazos - F.W. Nietzsche



EL PROBLEMA DE SÓCRATES
1
 En todos los tiempos, los más sabios han coincidido en este juicio acerca de la vida: no vale nada. Una y otra vez se les ha oído el mismo acento: un acento de duda, de melancolía, de cansancio de la vida, de resistencia a ella. Hasta Sócrates dijo al morir: “La vida es una larga enfermedad; debo un gallo al salvador Asclepio”. Hasta Sócrates estaba harto de vivir. ¿Qué prueba esto? ¿Qué sugiere esto? En tiempos pasados se hubiera dicho (¡y se lo ha dicho, y en voz muy alta, entre nuestros pesimistas señaladamente!) “¡debe haber en esto alguna verdad! El consensus sapientium prueba la verdad”. ¿Hablamos hoy todavía así? ¿Nos es permitido hablar todavía así? Nosotros respondemos: “debe haber en esto alguna enfermedad”; ¡a esos sabios de todos los tiempos se los debiera ante todo mirar de cerca! ¿Serían todos ellos un tanto maduritos?, ¿tardíos?, ¿ajados?, ¿décadents? ¿Presentaríase la sabiduría sobre la tierra bajo forma de cuervo entusiasmado con un tufillo de carroña?...
2
 Esta noción irreverente de que los grandes sabios son tipos de la decadencia, se me ocurrió precisamente en el caso en que más violentamente choca con el prejuicio erudito y profano: Sócrates y Platón se me revelaron como síntomas de decadencia, como instrumentos de la desintegración griega, como pseudogriegos, antigriegos (El origen de la tragedia, 1872). Comprendí cada vez más claramente que ese consensus sapientium lo que menos prueba es que estaban en lo cierto con aquello en que coincidían; que prueba, eso sí, que tales sabios debían coincidir en algo fisiológicamente, para adoptar así, por fuerza, una idéntica actitud negativa ante la vida. En último análisis, los juicios, de valor sobre la vida, en pro o en contra, jamás pudieron ser ciertos; sólo tienen valor como síntomas, sólo entran en consideración como síntomas. Tales juicios son en sí estúpidos. Es absolutamente preciso hacer una tentativa de aprehender esta asombrosa finesse de que el valor de la vida no puede ser apreciado. Ni por los vivos, toda vez que son parte, y aun objeto de litigio, y no jueces; ni por los muertos, por una razón diferente. El que un filósofo vea el valor de la vida como problema, se convierte en una objeción contra él, en un interrogante a su sabiduría, en una falta de sabiduría. ¿Cómo? Todos esos grandes sabios ¿no solamente han sido décadents, sino que ni siquiera han sido sabios? Mas vuelvo al problema de Sócrates.
3
Sócrates, por su origen, pertenece al más bajo pueblo: Sócrates fue un plebeyo. Se sabe, puede observarse, cuán feo fue. Mas la fealdad, de suyo una objeción, entre los griegos es poco menos que una refutación. ¿Fue Sócrates de veras un griego? La fealdad es con harta frecuencia la expresión de una evolución trabada, inhibida por cruce de razas. O si no, aparece como evolución descendente. Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente típico es feo monstrum in fronte, monstrum in animo. Mas el delincuente es un décadent. ¿Sería Sócrates un delincuente típico? Ciertamente no desmentiría esta hipótesis ese famoso dictamen de un fisónomo que tanto escandalizó a los amigos de Sócrates. Un forastero entendido en fisonomías, de paso en Atenas, le dijo en la cara a Sócrates que era un monstrum, que llevaba en sí todos los malos vicios y apetitos. Y Sócrates se limitó a contestar: “¡Usted me conoce, señor!”
4
 Que Sócrates fue un décadent lo sugiere no sólo el admitido desenfreno y anarquía de sus instintos, sino también la superfetación de lo lógico y esa malicia de raquítico que lo caracteriza. No pasemos por alto tampoco esas alucinaciones auditivas que como “demonios de Sócrates” han sido interpretadas en un sentido religioso. Todo en él es exageración, buffo, caricatura; todo en él es al mismo tiempo oculto, solapado, furtivo. Trato de comprender la idiosincrasia de la que deriva esa ecuación socrática: razón igual a virtud igual a felicidad; es la ecuación más bizarra que pueda darse y que en particular está reñida con todos los instintos de los primitivos helenos.
5
 Con Sócrates, el gusto griego experimenta un vuelco en favor de la dialéctica; ¿qué significa esto, en definitiva? Significa, sobre todo, la derrota de un gusto aristocrático; con la dialéctica triunfa la plebe. Antes de Sócrates, la buena sociedad repudiaba las maneras dialécticas; éstas eran tenidas por malos modales y comprometían. Se prevenía contra ellas a la juventud. También se desconfiaba respecto a la forma de argumentar. Las cosas decentes, como las personas decentes, no llevan sus razones de esta manera en la mano. No es decoroso mostrar los cinco dedos. Lo que necesita ser probado, poco vale. Donde la autoridad forma todavía parte de las buenas costumbres y no se argumenta, sino se ordena, el dialéctico es una especie de payaso; la gente se ríe de él, no lo toma en serio. Sócrates fue el payaso que se hizo tomar en serio. ¿Qué significa esto, en definitiva?
6
 Sólo opta por la dialéctica quien no dispone de otro recurso. Se sabe que ella despierta suspicacia; que tiene escaso poder de convicción. Nada hay tan fácil de borrar como el efecto de un dialéctico, según lo prueba la experiencia de cualquier reunión donde se habla. La dialéctica no puede ser más que un recurso de emergencia, en manos de personas que ya no poseen otras armas. Sólo quien tiene que imponer su derecho hace uso de ella. De ahí que los judíos fueran dialécticos, y lo fue el zorro de la fábula. Entonces, ¿lo sería también Sócrates?
7
¿Sería la ironía de Sócrates una expresión de rebeldía, de resentimiento plebeyo? ¿Goza él acaso, como oprimido, con la ferocidad propia de las cuchilladas del silogismo? ¿Se venga de las clases aristocráticas que fascina? Como dialéctico, uno maneja un instrumento implacable; con él puede dárselas de tirano; triunfando compromete. El dialéctico lleva a su contrincante a una situación donde le corresponde probar que no es un idiota; enfurece y reduce a la impotencia a un tiempo. Despotencia el dialéctico intelectualmente a su contrincante. ¿Será entonces la dialéctica de Sócrates una forma de la venganza?
8
 Dado a entender cómo Sócrates provocaba repulsión, es necesario explicar cómo fascinaba. Una de las causas de su atracción fue el hecho de descubrir una modalidad nueva de agon (1), convirtiéndose en el primer maestro de esgrima de los círculos aristocráticos de Atenas. Fascinaba porque apelaba al impulso agonal de los helenos, introduciendo una variante en la lucha entre jóvenes y adolescentes. Fue Sócrates también un gran erótico. 
(1) Combate o justa de ejercicios corporales e intelectuales muy practicado por los griegos.

9
Mas Sócrates adivinó aún más. Penetró hasta los trasfondos de sus atenienses aristocráticos y comprendió que su propio caso, su personal caso, ya no era un caso excepcional. En todas partes se iniciaba la misma forma de degeneración; declinaba la antigua Atenas. Y Sócrates se percató de que todo el mundo tenía necesidad de él; de su medio, su cura, su truco personal de la conservación... Por doquier estaban en anarquía los instintos; por doquier se estaba a dos pasos del exceso; el monstrum in anima era el peligro general. “Los instintos quieren dárselas de tirano; hay que inventar un contratirano que sea más fuerte que ellos...” Cuando aquel fisónotno reveló a Sócrates que era un foco de todos los malos apetitos, el gran ironista pronunció palabras que proporcionan la clave de su ser. “Es cierto-dijo-; pero logro dominarlos todos.” ¿Cómo logró Sócrates el dominio de sí mismo? Era el suyo, en definitiva, tan sólo el caso extremo, más patente, de lo que por entonces empezaba a ser el apremio general: que nadie lograba ya dominarse y los instintos se volvían unos contra otros. Fascinaba por su calidad de caso extremo; su fealdad aterradora atraía todas las miradas; fascinaba, como es natural, en mayor grado aún como respuesta, solución, cura aparente de este caso.
10
Si se está en la necesidad de hacer de la razón un tirano, como ocurrió en el caso de Sócrates, existe, por supuesto, un grave peligro de que otra cosa quiera ser tirana. En aquel entonces se adivinaba la racionalidad como salvadora; ni Sócrates ni sus “enfermos” estaban en libertad de ser o no racionales; la racionalidad era para ellos su último recurso. El fanatismo con que a la sazón todo el pensamiento griego se abalanzaba sobre ella revelaba un apremio; se estaba en peligro, colocado ante la alternativa de sucumbir o ser absurdamente racional... El moralismo de los filósofos griegos a partir de Platón está patológicamente determinado, lo mismo que su culto de la dialéctica. Razón igual a virtud igual a felicidad quiere decir simplemente hay que imitar el ejemplo de Sócrates y establecer frente a los apetitos tenebrosos una claridad permanente la claridad de la razón. Hay que ser cuerdo, claro, lúcido a toda costa; toda transigencia con los instintos, con lo inconsciente, hunde...
11
 He dado a entender por qué fascinaba Sócrates: parecía un médico, un salvador. ¿Es necesario señalar el error de su fe en la “racionalidad a toda costa”? Los filósofos y moralistas se engañaban a sí mismos al creer que así se emancipan de la décadence y la combaten. No está en su poder emanciparse de ella; lo que eligen como recurso, como medida salvadora, sólo es, a su vez, una expresión de la décadence; modifican la expresión de la misma, pero no la eliminan. Sócrates fue un malentendido; toda la moral correctiva, la cristiana inclusive, ha sido un malentendido. La claridad más extrema, la racionalidad a ultranza, la vida clara, fría, cautelosa, consciente, carente de instinto, en oposición a los instintos, era a su vez una enfermedad, una diferente, en modo alguno un retorno a la “virtud”, a la “salud”, a la felicidad... Estar en la necesidad de combatir los instintos: he aquí la fórmula de la décadence; mientras ascienda la vida, la felicidad se identifica con el instinto.
¿Comprendería esto él mismo, el más listo de todos los que han practicado jamás el engaño de sí mismo? ¿Se lo confesaría, por último, en la sabiduría del valor con que enfrentó la muerte?... Sócrates quería morir: no fue Atenas, sino él mismo quien se condenó a beber la cicuta; obligó a Atenas a condenarlo a bebérsela... “Sócrates no es un médico-murmuró para sus adentros-; únicamente la muerte es un médico... Sócrates mismo sólo ha estado enfermo durante largo tiempo...”  
 
_______________________________



LOS CUATRO GRANDES ERRORES (3,8)

3
Error de una falsa causalidad.-En todos los tiempos se ha creído saber qué cosa es una causa; pero ¿de dónde derivábamos nuestro saber, más exactamente, nuestra creencia de que sabíamos? Del reino de los famosos “hechos interiores”, ninguno de los cuales ha sido aún corroborado. Nos atribuíamos en el acto volitivo un carácter causal; creíamos sorprender por lo menos in flagranti la causalidad. Asimismo, no se dudaba de que todos los antecedentes de un acto, sus causas, habían de buscarse en la conciencia y que en ésta se lo se encontraba si en ella se los buscaba, como “motivos”; o si no, se habría estado en libertad de cometerlo, no se habría sido responsable por él. Por último, ¿quién iba a negar que el pensamiento fuera el efecto de una causa? ¿Que el yo causara el pensamiento...? De estos tres “hechos interiores”, que parecían garantizar la causalidad, el primordial y más convincente es el de la voluntad como causa; la concepción de una conciencia (“espíritu' como causa v, más tarde, la del yo (“sujeto”) como causa son tan sólo concepciones derivadas, una vez que se consideraba dada, como empiria, la causalidad de la voluntad... Desde entonces hemos meditado en forma más honda y penetrante. Ya no creemos una palabra de todo esto. El “mundo interior” está plagado de espejismos y fuegos fatuos; uno de ellos es la voluntad. Ésta ya no acciona nada y, por ende, ya no explica nada; no es más que un fenómeno concomitante que puede faltar. Otro error es el llamado “motivo”, que es un mero fenómeno accidental de la conciencia, un corolario del acto que no tanto representa sus antecedentes como los oculta. iY no se diga el yo! Éste se ha convertido en fábula, ficción, juego de palabras; ¡ha cesado por completo de pensar, de sentir y de querer! ... ¿Qué se deduce 'de esto? ¡No hay causas mentales! ¡Toda la presunta empiria al respecto se ha reducido a la nada! ¡He aquí lo que se sigue de esto! Y, sin embargo, habíamos abusado a más no poder de esta
“empiria”; en base a ella habíamos construido el mundo como un mundo de causas, de voliciones, de espíritus. Trabajaba en esto la más antigua y más larga sicología, que en definitiva no hacía otra cosa; para ella, todo acaecer era un hacer y todo hacer la consecuencia de una volición. El mundo se le aparecía como una multitud de agentes y todo acaecer como determinado por un agente (un “sujeto”). El hombre ha proyectado fuera de sí sus tres “hechos interiores”, aquello en que más firmemente creía: la voluntad, el espíritu y el yo; desarrolló del concepto “yo” el concepto “Ser” y concibió las “cosas” a su imagen como algo que “es”, de acuerdo con su concepto del yo como causa. No es de extrañar, así, que luego haya vuelto a encontrar en las cosas lo que en ellas había introducido. La cosa, el concepto “cosa”, lo repito, no es sino un reflejo de la creencia en el yo como causa... Y aun en su átomo, señores mecanicistas y físicos, y cuánto error, ¡cuánta sicología rudimentaria subsiste aún en su átomo! ¡Y no se diga la “cosa en sí”, el horrendem pudendum de los metafísicos! ¡El error del espíritu como causa confundido con la realidad! ¡Y erigido en criterio de la realidad! ¡Y llamado Dios!

8
Nuestra doctrina sólo puede ser ésta: que al hombre no le son dadas sus propiedades por nadie, ni por Dios ni por la sociedad, sus padres y antepasados, ni tampoco por él mismo (el disparate de la noción aquí repudiada en último término ha sido enseñado como “libertad inteligible” por Kant, y acaso ya por Platón). Nadie es responsable de su existencia, de su modo de ser, de las circunstancias y el ambiente en que se halla. La fatalidad de su ser no puede ser desglosada de la fatalidad de todo lo que fue y será. El hombre no es la consecuencia de un propósito expreso, de una voluntad ni de un fin; con él no se hace una tentativa de alcanzar un “tipo humano ideal” o una “felicidad ideal” o una “moralidad ideal”; siendo absurdo pretender descargar su modo de ser en algún “fin”. Nosotros hemos inventado el concepto “fin”; la realidad nada sabe de fines... Se es, necesariamente, un trozo de fatalidad; se forma parte del todo, se está integrado en el todo; no hay nada susceptible de juzgar, valorar, comparar, condenar nuestro ser, pues significaría juzgar, valorar, comparar, condenar el todo... ¡Mas no existe nada fuera del todo! Dejar de hacer responsable a alguien y comprender que la esencia del Ser no debe ser reducida a una causa prima; que el mundo no es ni como sensorio ni como “espíritu” una unidad, significa la gran liberación; sólo así queda restaurada la inocencia de la posibilidad... Hasta ahora, el concepto “Dios” ha sido la objeción más grave contra la existencia... Nosotros negamos a Dios, la responsabilidad en Dios, y sólo así redimimos el mundo.


Pandora

  PANDORA  A mi madre, Pilar. Prólogo: Se trata de una historia corta sobre IA, AGI y ASI. Recopila diferentes e hipotéticas...