Pág. 124. De la brevedad de la vida. Lucio Anneo Séneca.
25. «¿Cómo
será, pues? Oíd por qué razón no las cuento entre los bienes, y cómo, puesto
que estamos de acuerdo en que hay que poseerlas, la consideración en que las
tengo difiere de la vuestra. Ponme en una casa opima, donde haya oro y plata a
profusión: no me enorgulleceré por ello, ya que estas riquezas, aunque estén
junto a mí, están fuera de mí. Llévame luego al puente por estar sentado entre
los que tienden su mano a las limosnas, me tendré en menos. En efecto, ¿qué
importa a nuestro objeto que le falte un mendrugo de pan a aquel a quien no le
falta el poder morir? Entonces, ¿qué? Prefiero aquella casa espléndida al
puente.
Ponme en medio de
unos muebles relucientes, rodeado de todas las comodidades: no me consideraré
ni un ápice más feliz porque vista buen manto o porque mis invitados pisen
alfombras de púrpura. Cambia mi lecho: no seré más desagraciado porque mi
cansada cabeza repose en un brazado de heno o porque deba tenderme sobre un
jergón de gladiador, reventado por todas las costuras de un viejo lienzo.
Entonces, ¿qué? Prefiero demostrar mi ánimo vestido con la pretexta o la
clámide a llevar la espalda descubierta o apenas abrigada. Pueden en buen hora
secundar todos los días mis deseos, enlazarse nuevas prosperidades con las
anteriores; no por ello estaré satisfecho de mí mismo.
Cambia por su
contrario esta bonanza de los tiempos; de aquí por allá sea mi ánimo batido por
calamidades, duelos y reveses de todo género, que a ninguna hora le falte pena:
no por ello me llamaré el más desagraciado entre los desagraciados, ni
maldeciré ningún día, porque ya estoy dispuesto a que no haya días negros para
mí. Entonces, ¿qué? Prefiero moderar mis goces a reprimir mis sufrimientos» He
aquí lo que te dirá Sócrates: «Hazme vencedor de todos los pueblos: lléveme en
triunfo el voluptuoso carro de Líber desde donde sale el sol hasta Tebas;
pídanme leyes los reyes extranjeros: mientras por todas partes me saludarán
como a un dios, yo me creeré más que nunca un hombre. Haz seguir de cerca este
sublime encubrimiento por un cambio que súbitamente me despeñe: véame atado a
una lanza extranjera para servir de adorno al cortejo triunfal de un soberbio y
fiero vencedor: no me creeré más humillado por andar uncido a un carro ajeno
que por haberme erguido sobre el mío.
Entonces, ¿qué? Prefiero vencer a caer prisionero.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario