vacío existencial

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El origen del vacío existencial remite a una desvinculación del individuo del medio social, tal como el mismo Durkheim comentó: "[cuando el individuo] se individualiza más allá de cierto punto, si se separa demasiado radicalmente de los demás seres, hombres o cosas, se encuentra incomunicada con las fuentes mismas de las que normalmente debería alimentarse, ya no tiene nada a que poder aplicarse. Al hacer el vacío a su alrededor, ha hecho el vacío dentro de sí misma y no le queda nada más para reflexionar más que su propia miseria. Ya no tiene como objeto de meditación otra cosa que la nada que está en ella y la tristeza que es su consecuencia". Una vida sin sentido implica una vida sin arraigo social.

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Es imprescindible que tanto la familia como la escuela ayuden a tomar, como ideal de la vida, establecer relaciones de encuentro, es decir, modos elevados de unirse con aquello que constituye nuestro entorno. Sólo cuando esto se realiza, la vida del hombre cobra auténtico sentido y gana el equilibrio necesario para sentirse centrada y colmada. Por el contrario, el desajuste respecto a dicho ideal provoca un desequilibrio interior que es causa de graves desarreglos psíquicos.

Durante mucho tiempo han estado vigentes diferentes teorías para explicar las causas de los desarreglos psíquicos. Desde la del famoso Freud (convencido de que el origen estaba en la represión sexual) hasta las de otros, como Adler (para quien la causa estaba en el complejo de inferioridad y el afán de poder). Estudios más recientes establecen que es en el vacío de la propia existencia donde hay que buscar la raíz del problema.

Y es que la primera fuerza que motiva al hombre es la lucha por encontrarle un sentido a la vida. Esta constituye, para todo ser humano, una fuerza propulsora que no depende de su arbitrio. La fuerza de los ideales, vistos estos como valores elevados, no procede sólo del hombre, por eso su análisis supera la investigación psicodinámica pura, pero no el ámbito de la psicoterapia, cuando esta se libera de prejuicios.

Los impulsos morales y religiosos tienen una forma de dinamizar distinta de las pulsiones instintivas de las que hablaban Freud, Adler y sus respectivos seguidores. Los instintos arrastran, los ideales atraen y respetan la libertad del hombre, que es el único que puede y debe decidir. Cuando decide considerar, como único móvil en su vida, satisfacer las energías instintivas, prescinde de una parte muy valiosa de su realidad personal y termina desequilibrándose al no conseguir el sentido pleno de lo que sucede y hace. Como consecuencia, aparece la frustración existencial y, finalmente, una seria neurosis.

No se trata, pues, de evitar tensiones para ser felices, sino de encontrarle un sentido a la vida, de luchar por un ideal que valga la pena y que sea perdurable. Modernamente se habla de la "neurosis del domingo", especie de depresión que aflige a muchísimas personas, conscientes de la falta de contenido de sus vidas, cuando el trajín de la semana se acaba y se pone de manifiesto el vacío existencial que puede llevar al alcoholismo, a la drogadicción e, incluso, al suicidio.

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