Joven Fausto y anciano Zarathustra || Discípulo y Maestro



Nunca como al anochecer conoce el hombre lo que vale su morada. Dijo el maestro mientas caminaba por la senda que mejor conocía hacia el templo en compañía de su discípulo. 

Entonces comenzó una interesante conversación entre él y su discípulo:

Discípulo. –Una mirada, una palabra suya dice más que toda la ciencia de este mundo. 

Maestro. –Todo eso que el mundo llama inteligencia y ciencia no es más que vanidad y orgullo.

Discípulo. –Maestro, he leído en uno de esos libros que conservan ustedes en aquella habitación que bien podría llamarse pequeña biblioteca, la frase decía así: “Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro.

Maestro. Pórtate bien y sé ejemplar; haz oír a la fantasía con todos sus coros, a la razón, al entendimiento, a la sensibilidad, a la pasión; pero, eso sí, cuídate de la locura. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso. Proponte conocerte a ti mismo y tendrás ya un enigma.

Discípulo. –Sabio maestro, una de esas citas hablaba del mal, de los envenenadores que hablaban de esperanzas supraterrenales, refiriéndose a aquéllos como despreciadores de la vida, moribundos ellos, envenenados y que la tierra estaba cansada de ellos.

Maestro. –Todos hemos recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas en nosotros continúan siendo gusano. Inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y la dulzura del alma superior, y que es incluso el hambre de sus entrañas.

Viendo el último rayo de sol sobre el horizonte, se dijo el maestro a sí mismo: El hombre es voluble y las horas son también variables. Mientras el discípulo pensó para sí, sin mediar palabra: Por el poder de la verdad mientras viva habré conquistado el universo.

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