Hube llegado a la
esquina o cruce de la 45 con Roosevelt cuando en el parque vi a una anciana que
se agachaba para dar de comer a varios gatitos callejeros. Se me encogía el
corazón, días atrás, al ver un video en Youtube de un chico dando una patada
tan fuerte a una gata que la lanzaba por los aires, mientras otros se reían,
incluso el que inmortalizaba la dura escena con el móvil. Había niños jugando
en el parque, lo que me impresionó es que fueran de muchas etnias diferentes,
se les notaba en la piel, el pelo y los ojos. A no muchos metros de allí, en un
edificio colindante se distinguía la voz de un señor y una señora extasiados en
plena contienda de ira ciega y desenfrenada la una con el otro y viceversa. Me
acerqué a los chicos sorprendiéndome que no les hacían ni caso, mientras, uno tenía
una cucaracha en la mano mientras los otros miraban hacia abajo, hacia un
hormiguero del que salían y entraban multitud de hormigas, entonces, la dejó
caer junto al agujero y tapó con un tupper de plástico transparente. Aquel ente
al que todo en enjambre debía la vida, el Todo Poderoso, hizo caer una gran
hembra, masiva en tamaño respecto a ellas. Decidieron atacar no para defenderse
sino porque la colonia de hormigas estaba hambrienta. Éstas paralizaron a la
gigantesca víctima que, para mi sorpresa, estaba preñada. No habían terminado
de inmovilizarla cuando de repente comenzó a expulsar un saco larvario repleto
de seres vivos. ¿Era esto lo que pretendían los niños? Casi vomito allí mismo,
me escapé hacia casa por Roosevelt. Las reglas estaban dispuestas, nos habían
dado un tablero a todos y una ficha a cada uno, pero esta no era la manera de
gastárselas, pensaba.
De lejos la
divisé, llegaba hasta el punto donde yo me encontraba, delante de aquel
Starbucks. Algo o a alguien buscaba sin prisa y sin pausa, se paseaba lenta por
la acera. Habiendo llegado apenas a tres pasos de mí, no lo dudé, le pregunté
si estaba buscando a alguien. Yo en aquel momento, concretando, estaba delirando,
mi frágil cerebro no dudaba, la tenía por primera vez a mi vera, creía que era
la Muerte. En ese instante debería haber despertado de la proyección astral en
la que me había sumido hasta lo más hondo de mi alma durante el sueño pero no
lo hice, creo.
Estaba delante de
mí, a un salto del suelo. Era una forma alada sobre mi sepulcro, desde el cual
me penetraba con su mirada, yo la evitaba y dirigía la mía hacia el suelo que
veía plagado de larvas. De repente, extendió sus alas y comenzó a emitir
diabólicas plegarias invadiéndome el horror y una inexplicable aversión,
mientras la desesperación se adueñaba de su deprecación suplicando en lenguaje
infrahumano. Así comenzaron a levantarse los muertos de aquel cementerio
envueltos en llamas, en la lejanía se apoderaban de la confusión los aullidos
de cánidos, me revolví y escapé agarrándome como pude a lo que tenía más cerca,
notaba la piel adherirse a las heladas lápidas. Sentí como los omnipresentes me
dirigían sus vacías cavidades orbitarias, también como me señalaban con sus falanges
entre las tinieblas. De las criptas murciélagos huían despavoridos y el
parénquima de esos cuerpos, no muertos del todo, resbalaba, así, era así como
los árboles exudaban ámbar estupefactos al ver ese cuadro. La demencia se
apoderaba de mis facultades viniendo a mi mente imágenes brutales de castigos,
torturas; la sierra, la artesa… Entretenimiento morboso y sádico de un
torturador o un verdugo. Las vi, una panorámica en líquidos matices rojos,
zarpas desplazándose por un sendero de huesos, cuerpos empalados en largos
charcos desangrándose, cuadrúpedos por el verde fango nauseabundo
arrastrándose, tótems embrujados de cabezas vivientes. Por los pies reptaban
silenciosas en su propio veneno serpientes, susurros al unísono apelando a
demonios en oraciones de lenguas muertas. El viento enloqueció desesperado y
frígido, cortante. De la ciénaga
pantanosa salía un olor a podredumbre, exhalaba hasta su último hálito.
De repente
desperté en un grito sobrecogedor y encogido. Abrumado por el estruendo de los
truenos y ofuscado por cegadores relámpagos me sobrepongo haciendo un esfuerzo
sobrehumano, inundado de adrenalina en la cama mientras veo a lo lejos, por la
ventana de mi habitación, estaba en mi casa, como el sol se pone precediendo al
crepúsculo de esta deleznable noche de invierno. Una imagen que me consuela en
silencio mientras acompaño a este con un profundo llanto que haría sobrecogerse
al mismísimo lector de este texto.