viernes, 24 de marzo de 2017

De juzgar

Un herrero te juzgará con martillos, un carnicero con cuchillos; sin embargo, si es un juez, éste lo hará con leyes. La sorpresa e indignación del juez obcecará sus leyes.

jueves, 16 de marzo de 2017

El caminante y su sombra - Nietzsche

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El hombre, comediante del mundo. Habría que ser más astuto de lo que es el hombre para disfrutar a fondo del chiste que supone que el hombre se considere el fin de todo el universo y de que la humanidad declare seriamente que sólo se contenta con la perspectiva de una misión universal. Si el mundo fue creado por un Dios, ese Dios ha creado al hombre para ser su mono, como una diversión permanente para esa eternidad suya tan excesivamente larga. La armonía de las esferas alrededor de la Tierra sería la carcajada del resto de las criaturas que rodean al hombre. El dolor le sirve a ese ser inmortal que se aburre para hacer cosquillas a su animal favorito, para disfrutar con sus actitudes trágicas y orgullosas, y con las interpretaciones que da a sus sufrimientos, y sobre todo para la invención intelectual de la más vana de las criaturas, por ser el inventor. Porque el que inventó al hombre para reírse de él, tenía más ingenio que él, y también disfrutaba más de su agudeza. Incluso hoy, que nuestra vanidad tiene la voluntad de humillarse, nos juega una mala pasada: nos hace creer que los hombres seríamos, al menos en lo que a esa vanidad se refiere, algo incomparablemente milagroso. ¡Nosotros, únicos en el mundo! ¡Qué cosa tan inverosímil! Los astrónomos, que con frecuencia ven un horizonte alejado de la tierra, explican que la gota que representa la vida en el mundo no tiene la menor importancia ante la totalidad del inmenso océano del devenir y del perecer, que hay numerosos astros, de los que nada sabemos, con características similares a la Tierra para generar la vida, aunque en realidad, sólo son un puñado pequeño en comparación con el infinito número de planetas en los que no se dio el primer impulso de la vida o que se han curado de él hace mucho tiempo, que el tiempo que duró el impulso de la vida en cada uno de esos astros, comparado con la duración de su existencia, ha sido un instante, un relámpago seguido de largos espacios de tiempo, y que, en consecuencia, la vida no es el objetivo ni el fin último de la existencia del universo. La hormiga en el bosque quizá también se cree el objetivo y el fin del bosque, así como nosotros en nuestra imaginación creemos que la destrucción de la humanidad supone el fin de la Tierra. Y somos modestos cuando nos detenemos allí y no imaginamos un ocaso general del mundo y de los dioses para celebrar solemnemente los funerales del último mortal. El astrónomo más desprejuiciado sólo puede imaginar una Tierra sin vida como el sepulcro iluminado y flotante de la humanidad.

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¿Tienen derecho a castigar los defensores de la doctrina del libre albedrío?Quienes, por su profesión, juzgan y castigan, tratan de determinar en cada caso concreto si el criminal es responsable de su acción, si ha podido servirse de la razón, si ha obrado por motivos, y no inconscientemente o forzado a ello. Si se le castiga, es por haber preferido las razones malas a las buenas, que debía conocer. Cuando falta este conocimiento, según las ideas imperantes, el hombre no es libre, y, por consiguiente, no es responsable, a menos que su ignorancia su desconocimiento de la ley, por ejemplo sea consecuencia de un descuido intencionado, en cuyo caso, al no haber querido enterarse de cuál era su deber y preferir las malas razones a las buenas, ha de sufrir ahora las consecuencias de su elección. Por el contrario, si no ha sabido elegir por imbecilidad o estupidez, no se le puede castigar. Entonces se dice que no poseía el discernimiento requerido, que obró como un animal. La negación intencionada de la razón mejor constituye la condición exigida para que un criminal sea merecedor del castigo. Ahora bien, ¿es posible que un individuo sea intencionadamente más irracional de lo que debe ser? ¿Qué le decide a obrar cuando en los platillos de la balanza figuran motivos buenos y motivos malos? No pueden obligarle ni el error, ni la ceguera, ni una coacción interna o externa. (Por otro lado, hay que pensar que la llamada «coacción externa» no es sino la «coacción interna» del miedo o del dolor). ¿Qué es, entonces?, cabe preguntar. No puede ser la razón la causa que le impulse a obrar, porque ésta no podría decidir en contra de los mejores motivos. Aquí es donde se recurre al concepto de «libre albedrío»: cuando no actúa ningún motivo y el acto se realiza como un milagro, saliendo de la nada, quien interviene es el puro capricho. Se castiga esta pretendida discreción en un caso en que no debe imperar el capricho, considerándose que la razón que conoce la ley, la prohibición y el precepto no habría podido dejar elegir y habría actuado como coacción y fuerza superior. Por consiguiente, se castiga al criminal porque obra sin razón, cuando debería haber actuado de acuerdo con razones. Ahora bien ¿por qué ha obrado así? Ésta es precisamente la pregunta que no nos es lícito hacer: su acción carece de un «por qué», de un motivo, de un origen: es algo sin objeto ni razón. Sin embargo, de acuerdo con las condiciones de penalidad expuestas antes, ¡no debería haber tampoco derecho a castigar semejante acto! De este modo, no podemos hacer valer esta forma de penalidad, porque es como si no se hubiese hecho uso de la razón, ya que, en cualquier caso, la omisión se ha hecho inintencionadamente y sólo son punibles las omisiones intencionadas de los principios establecidos. A decir verdad, el criminal ha preferido las malas razones a las buenas, pero sin motivo ni intención; no ha utilizado su razón. La hipótesis relativa al criminal que merece ser castigado, según la cual éste ha rechazado su razón inintencionadamente, queda eliminada si aceptamos el concepto de «libre albedrío». ¡Defensores de la teoría del «libre albedrío»!, no tenéis derecho a castigar porque os lo prohíben vuestros propios principios. Pero tales principios no son más que un conjunto de ideas mitológicas muy singulares y la gallina que los ha empollado estaba muy lejos de la realidad cuando ponía sus huevos.

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Para juzgar al criminal y a su juez. El criminal que conoce toda la concatenación de las circunstancias, a diferencia de su juez y censor, no considera que su acto esté fuera del orden y de la comprensión: sin embargo, su castigo viene determinado por el grado de asombro o extrañeza que se apodera de dichos jueces ante eso que les resulta tan incomprensible como es el acto del criminal. Cuando el abogado defensor de un criminal conoce suficientemente el caso y su génesis, las circunstancias atenuantes que va presentando, una tras otra, terminan borrando necesariamente toda la falta. O, por decirlo con mayor exactitud, el defensor atenuará, grado a grado, el asombro y la extrañeza que inducen a condenar y a infligir el castigo, y acabará eliminándolos totalmente y forzando a todo el que le escuche con imparcialidad a decirse interiormente: «Ha tenido que obrar como lo ha hecho: castigarle supondría castigar a la eterna fatalidad». ¿No se opone a toda equidad medir el grado de castigo por el grado de conocimiento que se tiene o se puede tener de la historia de un crimen?

domingo, 25 de diciembre de 2016

La Teogonía – Hesíodo



La Teogonía – Hesíodo (Pasaje)

Mas Zeus y los otros inmortales que Rea, la de hermosa cabellera, había concebido de Cronos, los sacaron nuevamente a la luz por consejo de la Tierra; la cual, al enterarles detalladamente de cuanto era opuesto, les aseguró, que con ellos conseguirían vencer y ganarían espléndida gloria. Pues hacía mucho tiempo que luchaban con dolorosa fatiga, los dioses Titanes y los engendrados por Cronos; y entre aquéllos y éstos se daban ásperos combates, sostenidos desde las alturas del Otris por los ilustres Titanes y desde el Olimpo por los dioses, dadores de los bienes, a quienes había dado a luz Rea, la de hermosa cabellera, después de acostarse con Cronos. Poseídos de dolorosa ira los unos contra los otros, batallaron incesantemente por espacio de diez años enteros, sin que ninguna de las partes consiguiese hallar solución ni dar fin a la grave contienda, porque los resultados de la lucha fueron iguales para entrambas. Mas, cuando Zeus dio a aquéllos las cosas convenientes y además néctar y la ambrosía de que se alimentan los mismos dioses, el ánimo audaz cobró más vigor en todos los pechos. Y así que hubieron gustado el néctar y la deliciosa ambrosía, le dijo el padre de los hombres y de los dioses:

«¡Oídme, hijos preclaros de la Tierra y el Cielo, para que os manifieste lo que en mi pecho el ánimo me ordena deciros! Mucho tiempo ha que nos disputamos la victoria y el imperio, sin dejar de combatir ni un solo día, los dioses Titanes y cuantos descendemos de Cronos. ¡Mostrad vosotros, en la luctuosa batalla contra los titanes, vuestra fortaleza e invictas manos; y acordaos de la buena amistad que nos une y de cuanto padecisteis hasta que, libertados de un lazo cruel por nuestra decisión, habéis vuelto nuevamente a la luz de la oscuridad sombría!»

Así se expresó. Y el eximio Coto le respondió de esta suerte: «¡Augusto Zeus! Nos hablas de cosas que no ignoramos. Conocemos también la superioridad de tu inteligencia y de tu pensamiento, y nos consta que proteges a los inmortales contra plagas horribles. Merced a tu providencia, oh soberano hijo de Cronos, nos libramos de los duros lazos y hemos salido inesperadamente de las tinieblas sombrías. Por esto ahora con ánimo firme y decisión prudente, salvaremos su imperio en esa contienda terrible, trabando con los Titanes encarnizados combates.»

Así habló. Oído el discurso, los dioses, dadores de los bienes, lo aprobaron – en su corazón habíase acrecentado el deseo de pelear- y promovieron aquel día una deplorable batalla, todos juntos, así las hembras como los varones, es a saber, los dioses Titanes, cuantos descendían de Cronos y aquellos a quienes Zeus sacara a la luz desde lo más hondo de la tierra, desde el Érebo, los cuales eran formidables y vigorosos y estaban dotados de extraordinaria fuerza. Cada uno tenía cien brazos que se agitaban desde los respectivos hombros y encima, coronando los robustos miembros, le habían crecido cincuenta cabezas. Entonces, después de coger grandes y fuertes rocas con sus robustas manos, se dispusieron a luchar contra los Titanes; éstos en la parte opuesta, cerraron las filas de las falanges; y pronto demostraron unos y otros qué labor realizaba la fuerza de sus brazos: retumbó horriblemente el inmenso ponto, recrujió la tierra, gimió estremecido el anchuroso cielo, y tembló el vasto Olimpo desde lo más profundo, al chocar impetuosamente los inmortales; la recia sacudida llegó al oscuro Tártaro y juntamente con ella el estrépito causado por las pisadas, el enorme tumulto y los fuertes tiros. ¡De tal manera arrojaban unos y otros los dolorosos proyectiles! Las voces de ambos partidos al exhortarse llegaban al cielo estrellado y los combatientes vinieron a las manos con gran clamoreo.

Tampoco Zeus quiso reprimir su furor y, habiéndosele llenado de cólera las entrañas, desplegó todo su poder: fue siempre hacia adelante, relampagueando desde el cielo y el Olimpo; los rayos salían frecuentemente de su robusta mano, junto con el trueno y el relámpago, y propagaban la oscilante llama sagrada; la vivificante tierra, al quemarse, crujía por doquier y la gran selva crepitaba fuertemente por la acción del fuego. Se abrasaba toda la tierra y hervían las corrientes del Océano y el estéril ponto; un vapor cálido rodeaba a los Titanes terrestres; la llama inmensa subía al divino éter y el intenso fulgor de rayos y relámpagos cegaba los ojos de los más esforzados. El vastísimo incendio invadió el Caos; y, así por el espectáculo que contemplaban los ojos como por el alboroto que percibían los oídos, se hubiese dicho que el alto y anchuroso Cielo iba a chocar con la Tierra; pues un estruendo semejante se produciría, si ésta fuese aplastada porque aquél le cayera encima. ¡Tal estrépito se dejó orí al entrar los dioses en batalla! Mientras tanto, los vientos levantaban ruidosamente torbellinos de polvo que coincidían con los truenos, los relámpagos y los ardientes rayos, las armas del gran Zeus, y llevaban por en medio de ambos ejércitos el fragor y el vocerío. Se alzaba de la horrorosa contienda un estrépito terrible y la fuerza de unos y otros se manifestaba en las respectivas hazañas. Pero al fin se decidió la pelea, después de acometerse todos con igual empeño y de sostener sin intermisión una encarnizada batalla.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Uhm, ella

Cuán infante era cuando se leyó ella sola las fábulas de Esopo. Le tentó como a algunos el mito de la Ilíada de Homero y abstrajo batallas épicas entre dioses y titanes con la Teogonía de Hesíodo. Pudo alertar a la gente como un perro, como el mismo Diógenes de Sinope, el Cínico, pero no lo hizo. Casi llegó a abandonarlo, maldecirlo todo y refugiarse en una cueva sobreviviendo de las raíces tal y como lo hizo el misántropo Timón de Atenas de Shakespeare. Impresionó al mismo Nietzsche, homónima de Zarathustra cuando se halló en la cima de aquella montaña durante diez años, como lo hizo el Manfred de Lord Byron al experimentar aquella absoluta soledad. Bromeó e ironizó con todos como lo solía hacer Alcibíades más cuando se ponía seria. Dialogó como el mismo Sócrates, aprendió de él y filosofó como Platón y Aristóteles. Hacía también acto de presencia como un escolástico en pleno medievo, como un Spinoza o el mismo Leibniz. Percibió el bien a través de la sabiduría y el dominio del alma como un estoico, como el mismo Zenón o, si lo deseas, como el gran Séneca. Fue una dogmática a veces, sí, pero también alcanzó a entender como Kant que, ésta era la posición que cultiva la metafísica sin haber examinado antes la capacidad de la razón humana para el cultivo; deteniéndose con buen criticismo en la semiótica, dejando entrever cierto escepticismo después, a lo sumo, como Pirrón. Tal era el trato que pudo mantener con el mismo Diablo como el bueno del Fausto de Goethe.

Yo, como buen personaje quijotesco, la amo.

Pandora

  PANDORA  A mi madre, Pilar. Prólogo: Se trata de una historia corta sobre IA, AGI y ASI. Recopila diferentes e hipotéticas...