II Voy a decírtelo ahora mismo, pero presta
atención a mis palabras,
las únicas que se ofrecen al pensamiento
de entre los caminos que reviste la
búsqueda.
Aquella que afirma que el Ser es y el
No-Ser no es,
significa la vía de la persuasión –puesto
que acompaña a la Verdad-,
5 y la que dice que el No-Ser existe y que
su existencia es necesaria,
ésta, no tengo reparo en anunciártelo,
resulta un camino totalmente negado
para el conocimiento.
Porque no podrías jamás llegar a conocer
el No-Ser –cosa imposible-
y ni siquiera expresarlo en palabras.
III …porque el pensar y el ser son una misma cosa.
Parménides de Elea
[“Ya para los hombres de su tiempo Parménides es una figura de reputación extraordinaria, acrecida quizá por el hecho mismo de que su poema, todo él de carácter alegórico, resultaba de dudosa y difícil interpretación. Nadie como Platón rindió tributo tan alto a la fama de Parménides, celebrándolo con vivo elogio en uno de sus mejores diálogos, el que lleva por título el nombre del filósofo, y enalteciéndolo con palabras tomadas del propio Homero en alguna que otra página de su vasta obra*.”
* Dice Sócrates de Parménides en el Teeteto, 183e: “ A mi parecer, Parménides, como el héroe de Homero, es “venerable” a la vez que “temible”. Tuve contacto con este hombre cuando yo todavía era joven y él viejo; y justamente, me pareció que tenía pensamientos muy profundos”.
Penso que é necesario para comprender a onde quere chegar S. Hawking coa ausencia de causa do Big Bang, ou sexa, con que nada provocase tal suceso ou circunstancia. http://youtu.be/8DIHRBgWfAw
La sociología es una ciencia relativamente reciente. Se puede afirmar que gracias a Augusto Comte surge por primera vez la noción de una ciencia positiva de los hechos sociales. Hasta entonces, los filósofos y los escritores políticos, más que estudiar objetivamente la sociedad real, la describen tal como, según ellos, debería ser. Sin embargo, incluso en los filósofos antiguos, se encuentran a menudo concepciones positivas y perspicaces de la realidad social.
LOS PRECURSORES
Platón (429-347 a. J. C.), particularmente en la‘La República’ y en las ‘Leyes’, define la ciudad ideal tal como él la concibe. Pero como ha dicho León Robin , se advierte con todo en él un esfuerzo ‘por tratar científicamente los hechos sociales y económicos… tuvo obscuramente conciencia de un determinismo propiamente social; cayó en la cuenta de la importancia de los factores económicos y comprendió su acción sobre la política; en fin, al enunciar la ley de la división del trabajo, ganó para sí su título científico de mayor solidez’. En el V libro de las ‘Leyes’ indica que, para establecer una sociedad normal, hay que considerar el ‘número de habitantes’ y que no conviene que ‘las leyes sean contrarias al clima del país’ descubre, por tanto, las condiciones demográficas y geográficas de la vida social.
Aristóteles (384-322 a. J. C.), había estudiado la constitución de numerosas ciudades griegas y extranjeras. Establece comoprincipio que ‘el hombre es un animal político’ (entiéndase: ‘sociable’), pero que la sociedad sólo es posible cuando existe un fin común. Examina en su ‘Política’ las diferentes formas de intercambio y la transición de una economía natural fundamentada sobre el intercambio de los servicios, hasta una economía monetaria. En la ‘Ética a Nicómaco’ esboza una interesante teoría del valor, aunque un poco ambigua, ya que será interpretada por Alberto Magno como teoría subjetiva del valor utilidad y por Santo Tomás de Aquino como teoría objetiva del valor trabajo.
El cristianismo aporta una concepción histórica del ser humano. Los dogmas del pecado, de la redención y del juicio final implicaban la noción de una evolución irreversible de la humanidad, opuesta a la del tiempo cíclico y del ‘eterno retorno’ de la mayor parte de los pensadores antiguos.
San Agustín (354-430), elabora esta nueva concepción en su obra ‘La Ciudad de Dios’, escrita del 412 al 426. Pierre de Labriolle, en la introducción a su traducción de esta obra, la considera como ‘primer gran ensayo de filosofía de la historia’ ya que describe la vida de la humanidad como ‘una especie de maravilloso poema que se desarrolla a través de los siglos’. San Agustín traza en ella efectivamente un cuadro sintético de la historia y de las creencias romanas, de la religión judía y de toda la civilización antigua. Dicho esto, es preciso convenir en que ‘La Ciudad de Dios’ es más bien una obra de teología y de apologética, destinada a responder a los que acusaban al cristianismo de ser el responsable de la caída del imperio romano: la acción divina, y no las condiciones de la vida en sociedad, aparece allí como el verdadero motor de la historia.
Santo Tomás (1226-1274), envuelve mucho más aún, sus consideraciones sobre la sociedad en la amplia síntesis de la ‘Suma Teológica’. Presenta en ella a la sociedad como el medio natural de que dispone el hombre para alcanzar su fin, y a la ciudad como una ‘comunidad perfecta’, ordenada al ‘bien común’. Pero están ausentes las consideraciones históricas.
La filosofía de la historia, inaugurada por San Agustín, ha tenido también un representante eminente en el Islam: el historiador Abd er-Rhaman Ibn Jaldún (1332-1406).
Su comentarista más reciente, Yves lacoste, dice de él que fue el creador de la ‘historia como ciencia’. El mismo, por lo demás, se expresaba así: ‘La historia tiene por verdadero objeto el hacernos comprender el estado social del hombre… Es una ciencia ‘sui generis’; puesto que, en primer lugar, tiene un objeto especial: la civilizacióny la sociedad humana; después trata, de numerosas cuestiones que sirven para explicar sucesivamente los hechos que se relacionan con la esencia misma de la sociedad. Ibn Jaldún investiga los ‘factores profundos y generales de la evolución histórica ‘ y los descubre sobre todo en ‘la forma como cada pueblo provee a su subsistencia’.
Jaldún tenía principalmente por objeto ‘explicar los acontecimientos históricos y no hacer un estudio metódico de la sociedad en su conjunto.
En Europa, desde el siglo XVI al XVIII apareen estudios, que sin ser todavía propiamente sociológicos, abren caminos a la ciencia social.
En primer lugar encontramos diversos escritos políticos: folletos como ‘El príncipe’, de Maquiavelo (1532), el ‘Discours sur la servitude volontaire’, de La Boétie (1541); la descripción de ciudades ideales, como la célebre Utopía’, de Tomás Moro (1518); la ‘Thélème’ , de Rabelais (‘Gargantúa’, 1534); la ‘Ciudad del sol’, del monje Campanella (1623), etc.Pero pronto aparecerán obras más teóricas de filosofía política, de inspiración unas veces empirista y liberal, como la ‘República’, del magistrado Bodino (1577); el ‘De Cive’ (1642) y el ‘Leviathan’ (1651), de Thomas Hobbes, o los ‘Tratados del gobierno civil’ (1689), de John Locke; otras veces, puramente racionalista , como los tratados políticos (1670 y 1677) de Spinoza, y otras teolígica como la ‘ Politique tireé des propopres paroles de l’Ecriture sainte’ (1709), de Bossuet. También ‘El contrato social’ de Juan Jacobo Rousseau (1762) es una obra de filosofía política, y no una descripción de los orígenes de la sociedad,como se ha creído alguna vez. El subtítulo del libro ‘Principios de derecho político’ debería haber bastado para poner en guardia contra tal error. La afirmación de Rousseau: ‘yo busco el derecho y la razón y no discuto los hechos’, podría definir el espíritu de todas estas obras. Es decir, que estamos todavía muy lejos de una sociología positiva.
Oligarquía:
La oligarquía, a semejanza de la plutocracia y de la dictadura , designa una forma de gobierno considerada actualmente como ilegítima por la opinión y los preámbulos de las constituciones. Ello explica quela oligarquía designe una forma realmente existente de gobierno y no una posible imagen de gobierno ideal.
La ciencia política entiende hoy por oligarquía una situación de hecho que afecta a la distribución de la autoridad real en una sociedad política. Se distingue de la aristocracia en que los detentadores del poder, al no ser necesariamente los ‘mejores’ en la perspectiva aristocrática de la desigualdad natural, se mantienen alejaos de los asuntos públicos que el estado tiene a su cargo, a fin de beneficiarse mejor de las ventajas que el Estado puede dispensar.
Weber (Max)
La aportación de Weber no se reduce a la metodología. Es preciso recordar sus análisis sobre el protestantismo como causa psicosocial del capitalismo industrial. En un tiempo en que los estudios sobre el capitalismo eran numerosos, la originalidad de Weber consistió en fijarse en los países donde el capitalismo no se había desarrollado a pesar de un conjunto de condiciones objetivas favorables, (por ejemplo, la China del siglo VII antes de C.) y en explotar esta visión diferencial. Analiza entonces el papeldel calvinismo como sistema de valores que organiza la acción de algunos agentes sociales y hace que engendren el capitalismo.
El empresario puritano, por un lado, se niega a utilizar, para su disfrute personal, los bienes que acumula y, por otro trata de realizar su vocación y confirmar su gracia, en el trabajo.
De la contradicción entre estas dos conductas –acumular bienes y no consumirlos- naeel mundo industrial moderno.
Rechazando todo ritualismo como residuo supersticioso y valorando la actividad profesional y racional, a mayor gloria de Dio, el calvinismo da el último retoque el ‘desencadenamiento’ el mundo, iniciado por el profetismo hebreo.
Mencio. La interpretación que Mencio dio al Confucianismo ha sido generalmente considerada como la versión ortodoxa por los subsiguientes filósofos confucianos, especialmente los neoconfucianos de la dinastía Song. El Mengzi, un libro de sus conversaciones con los reyes de la época, es uno de los Cuatro Libros que Zhu Xi agrupó como los fundamentales del pensamiento neoconfuciano. En contraste con las frases de Confucio que eran breves, el Mengzi consiste en diálogos largos, incluyendo argumentos, con prosa extensa.
Se trataba de una sala espaciosa, gris, la luz llegaba tenue de alguna parte que no alcancé a comprender en aquel momento. Había una entrada sin puertas, grande, por la que más tarde se presentaría el horror.
En esta gran sala se podían distinguir dos partes, lo que pretendía ser la base con la entrada, y una balconada o primer piso desde donde se veía la dicha. Por esta parte ‘inferior’ se podían apreciar personajes pensando, ideando con gran ímpetu, ocupados hasta la saciedad; de pie, sentados, caminando de un lado para el otro. Nos separaba una escalinata la cual recuerdo vagamente su forma, pero sí lo que me habría de encontrar justo en frente del final de la misma, o del principio según el punto de vista.
Se trataba de tres mujeres aterradas, llorando con acusada y vivas lágrimas. Donde éstas se juntaban para confluir en un charco se encontraban tres niños acabados de nacer, cubiertos de sangre aún, creo recordar que incluso con la placenta, haciendo más grande el charco.
Entonces me aproximé, cuando me empezaba a acercar a ellos seis parecía que se nos comprimía el corazón a todos los presentes allí a un mismo tiempo y con la misma fuerza, pues empezaban a llegar clones de bestias con apariencia humana con la sola intención de arrasar con toda vida que allí se encontraba.
Gritaban y hacían llorar más a los pequeños, los que se encontraban cerca de la entrada intentaban retenerlos como podían, entonces… al acercarme a uno de los pequeños, me incliné sobre mi rodilla e intenté tocarlo, con la intención de calmarlo, no podía, no pude.
La oratoria de Mustafá Mond rayaba casi tan alto como los modelos sintéticos.
—No comprendo por qué los tienen —dijo el Salvaje— pudiendo producir lo que se quiera en los envases. ¿Por qué no hacen ustedes en cada uno un Alfa-Más-Doble, si se puede lograr? Mustafá Mond se echó a reír.
—Porque no tenemos malditas ganas de hacernos retorcer el pescuezo —respondió—. Nosotros creemos en la felicidad y en la estabilidad. Una sociedad de Alfas no podría evitar el ser inestable y desgraciada. Imagine una fábrica donde todos fuesen Alfas, es decir, individuos diferenciados y sin parentesco, de buena herencia y acondicionados para ser capaces (con ciertas limitaciones) de escoger libremente y asumir responsabilidades. ¡Imagínela! —repitió.
El Salvaje trató de imaginársela, mas no con muy buen éxito.
—Es absurdo. Un hombre decantado para Alfa, acondicionado para Alfa se volvería loco si tuviese que hacer el trabajo de un Épsilon semienano, se volvería loco o se pondría a destruirlo todo. Los Alfas puede ser completamente socializados, pero sólo a condición de que trabajen como Alfas. Sólo a un Épsilon se le pueden pedir sacrificio de Épsilon, por la sencilla razón de que no son sacrificios de para él; es la línea de menor resistencia. Su acondicionamiento ha tendido a los rieles por donde él ha de rodar. No puede impedirlo está predestinado. Aún después de la decantación, está siempre en el envase, de un invisible envase de infantiles y embrionarias restricciones. Cada uno de nosotros, desde luego —continuó pensativamente el Inspector— cruza su vida dentro de un envase. Pero si somos Alfas, nuestros envases son, relativamente hablando, enormes. Y sufriríamos intensamente si nos viésemos confinados en un espacio más estrecho. No se puede echar el champaña artificial de las castas superiores en las botellas de la casta inferior. Es teóricamente, evidente. Pero ha sido demostrado también en la práctica. El resultado del experimento de Chipre, fue convincente.
—¿Qué fue eso?
Mustafá Mond sonrió:
—Bien, puede llamarse un experimento de reenvasación, si gustáis. Acaeció en el año 473 de N. F. Los inspectores hicieron evacuar la isla de Chipre por todos sus habitantes, y la recolonizaron con una hornada de veintidós mil Alfas preparada especialmente. Se les entregó maquinaria industrial y agrícola, se les dejó gobernarse por sí solos. El resultado cumplió exactamente todas las predicciones teóricas. Las tierras no se cultivaron bien; hubo huelgas en todas las fábricas; las leyes eran menospreciadas, las órdenes se desobedecían; todas las gentes destinadas a efectuar un trabajo de orden inferior estaban constantemente intrigando para conseguir otro mejor, y todos los empleados en los trabajos superiores contraintrigaban para mantenerse a toda costa donde estaban. En menos de seis años tenían una guerra civil de primer orden. Cuando murieron diecinueve de los veintidós mil, los sobrevivientes pidieron unánimes a los Inspectores Mundiales reasumiesen el gobierno de la isla. Así lo hicieron. Y tal fue el fin de la única sociedad de Alfas que ha habido en el mundo.
El Salvaje suspiró profundamente.
—La población óptima —dijo Mustafá Mond—, es como el iceberg: ocho novenos bajo el agua y uno encima.
—¿Y son felices bajo el agua?
—Más felices que encima. Más felices que sus amigos por ejemplo —y los señaló con el índice.
—¿A pesar de su odioso trabajo?
—¿Odioso? No lo creen así ellos. Al contrario, les gusta. Es leve y de una simplicidad infantil.
No agota la mente ni los músculos. Siete horas y media de un trabajo leve y muy llevadero, y luego la ración de soma y deportes y copulación sin tabas y el cine sensible. ¿Qué más pueden pedir? Cierto —agregó— que podrían pedir menos horas. Y desde luego podríamos concedérselas. Técnicamente, sería sencillísimo reducir el trabajo de las castas inferiores a tres o cuatro horas al día. Pero, ¿serían más felices por ello? De ningún modo. Ya se hizo el experimento, hace más de siglo y medio. Irlanda entera se organizó a base de cuatro horas al día. ¿Cuál fue el resultado? Revueltas y un aumento en el consumo de soma nada más. Esas tres horas y media suplementarias de ocio estaban tan lejos de ser un manantial de dicha, que las gentes se veían obligadas a procurarse vacaciones para librarse de ellas. La Oficina de Inventos rebosaba de planos de procedimientos para economizar trabajos a millares… —Mustafá Mond hizo un amplio ademán—. Y ¿por qué no lo realizamos? Por el bien de los trabajadores; sería pura crueldad el afligirles con un excesivo ocio. Lo mismo ocurre con la agricultura. Podríamos producir por síntesis hasta el último bocado de nuestros alimentos, si quisiéramos. Pero no hacemos tal. Preferimos que la población se dedique a los trabajos de la tierra. Y esto en su propio beneficio: sólo porque cuesta más tiempo obtener el alimento de la tierra que de una fábrica. Además, hemos de pensar en nuestra estabilidad. No queremos cambiar. Cada cambio es una amenaza a la estabilidad. Esta es otra razón por la que estamos tan poco inclinados a aplicar invenciones nuevas. Cada descubrimiento de ciencia pura es potencialmente subversivo; hasta la ciencia ha de ser tratada como un posible enemigo. Sí, hasta la ciencia.
¿La ciencia? El Salvaje frunció el ceño. Conocía la palabra. Pero no podía decir lo que significaba exactamente. Shakespeare y los ancianos del pueblo nunca la habían mencionado, y de Linda solamente había recogido vagas indicaciones: la ciencia era algo con lo que se construían helicópteros, algo que os hace reíros de las Danzas del Maíz, algo que os preserva de estar enfermo y de que se os caigan los dientes. Hizo un desesperado esfuerzo para comprender lo que quería decir.
—Sí —proseguía Mustafá Mond—, ése es otro cargo en el coste de la estabilidad. No es solamente el arte lo incompatible con la dicha, sino también la ciencia. La ciencia es peligrosa; hemos de tenerla cuidadosamente encadenada y amordazada.
—¿Cómo? —dijo Helmholtz pasmado—. ¡Pero si siempre estamos diciendo que la ciencia lo es todo! Es un lugar común hipnopédico.
—Tres veces por semana, desde los trece a los diecisiete años, —apoyó Bernard.
— Y toda la propaganda científica que realizamos en la Escuela…
—Sí, pero ¿qué ciencia? —preguntó Mustafá sarcásticamente—. Ustedes no han recibido cultura científica, así que no pueden juzgar. Yo era un físico bastante bueno en mi tiempo. Bastante bueno, lo bastante bueno para comprender que toda nuestra ciencia es ni más ni menos que un libro de cocina, con una ortodoxa teoría del cocinado, que nadie tiene derecho de poner en duda, y una lista de recetas a las que nada se puede añadir, salvo con especial permiso del Cocinero Mayor. Yo soy ahora el Cocinero Mayor. Pero fui también un galopín curiosillo. Me dio también por cocinar ilícito. Un poco de verdadera ciencia en suma.
Calló.
—Y ¿qué pasó? —preguntó Helmholtz Watson.
Suspiró el Inspector.
—Poco más o menos lo que les va a pasar a ustedes, muchachos. Estuve apunto de que me enviaran a una isla.
Tales palabras galvanizaron a Bernard, produciéndole una violenta y extemporánea actividad.
—¿Mandarme a una isla?
Se puso en pie de un bote, cruzó corriendo el cuarto y se detuvo gesticulando ante el Inspector:
—No es posible. No he hecho nada. Fueron los otros. Juro que fueron los otros —y señaló acusadoramente a Helmholtz y el Salvaje—. ¡Oh, se lo ruego, no me mande a Islandia! Le prometo no hacer más que lo que tenga que hacer. Concédame otra oportunidad Concédame otra oportunidad, por favor —comenzaron a afluirle las lágrimas—. Es culpa, nada más que suya —sollozaba—. A Islandia no, Su Fordería; a Islandia, no…
Y en un paroxismo de rastrera abyección, se arrodilló ante el Inspector. Mustafá Mond intentó levantarle, Bernard persistía en su ahinojamiento; su flujo de palabras corría inagotablemente. Al fin el Inspector tuvo que llamar a su cuarto secretario.
—Traigan tres hombres y llévense a míster Marx a un dormitorio. Denle una buena vaporización de soma y déjenlo acostado.
El cuarto secretario volvió con tres lacayos gemelos, uniformados de verde. Se llevaron a Bernard, aún sollozando y chillando.
—Cualquiera diría que le iban a cortar el pescuezo —dijo el Inspector, al cerrarse la puerta—. Si tuviese un poco de sentido, comprendería que su castigo es en realidad un premio. Le mandan a una isla. Es decir, le mandan a un lugar donde hallará la compañía de los hombres y mujeres más interesantes que podrían encontrar en todo el mundo. Cuantas personas que, por una u otra causa, han alcanzado demasiada personalidad para poder adaptarse a la vida en común. Cuantas personas no están conformes con la ortodoxia. Cuantas tienen ideas propias. Cuantas, en una palabra, son alguien. Casi les envidio, míster Watson.
Helmholtz se echó a reír.
—¿Por qué, entonces, no está usted también en una isla?
Porque, a fin de cuentas, prefiero esto —respondió el Inspector. Se me dio a escoger: enviarme a una isla, donde hubiese podido continuar mis estudios de ciencia pura, o entrar en el Consejo de Inspectores, con la perspectiva de llegar con el tiempo a un Inspectorado. Escogí éste y dejé la ciencia.
Tras una breve pausa:
—A veces —agregó— me da por añorar la ciencia. La felicidad es un dueño tiránico, sobre todo la felicidad de los demás. Un dueño mucho más tiránico si no se está acondicionado para aceptar incuestionablemente nada, salvo la verdad.
—Suspiró, cayó de nuevo en el silencio y continuó luego en un tono más animado:
—En fin, el deber es el deber. No se pueden consultar los propios gustos. Me interesa la verdad, amo la ciencia. Pero la verdad es una amenaza y la ciencia es peligro público. Tan peligrosa cuento fue benéfica. Nos ha dado el más estable equilibrio de la Historia. El de China en comparación, era desesperadamente inseguro; aun los primitivos matriarcas no eran más seguros que nosotros. Gracias, repito, a la ciencia. Pero no podemos permitir a la ciencia deshacer su propia, excelente obra. Por eso limitamos tan cuidadosamente el campo de sus investigaciones, y por eso estuve a punto de ser mandado a una isla. No le permitimos ocuparse más de que en los problemas más inmediatos del momento. Todas las demás investigaciones se evitan constantemente. Es curioso —prosiguió tras una breve pausa— leer lo que se escribía en tiempo de Nuestro Ford acerca del progreso científico. Parecían haber imaginado que proseguiría indefinidamente, sin tener en cuenta ninguna otra cosa. El saber era el más alto bien; la verdad, el valor supremo; todo lo demás era secundario y subordinado. Cierto que las ideas comenzaban a cambiar por entonces. Nuestro Ford mismo hizo mucho por quitar prestigio a la verdad y la belleza y dárselo a confort y la felicidad. La producción en masa exigía este cambio. La felicidad universal conserva los engranajes funcionando con regularidad; la verdad y la belleza como si fueran los soberanos bienes. Así siguió hasta la Guerra de los Nueve Años. Esto les hizo cambiar de tono. ¿Con qué se comen la belleza o el saber cuando las bombas de ántrax estallan a vuestro alrededor? Fue entonces cuando, por primera vez, la ciencia comenzó a ser vigilada: tras las Guerra de los Nueve Años. Las gentes estaban dispuestas entonces hasta que se les vigilasen sus apetitos. Cualquier cosa a cambio de vivir tranquilos siempre hemos vigilando desde entonces. Claro es que esto no ha sido muy bueno que digamos para la verdad. Pero sí para la felicidad. Todo tiene su precio. La felicidad había que pagarla. Usted la paga míster Watson, la paga porque le interesa demasiado la belleza. Yo, que me interesaba mucho por la verdad, también la he pagado.
—Pero usted no fue a una isla —dijo el Salvaje, rompiendo un largo silencio.
Sonrió el Inspector.
Así es como lo he pagado. Escogiendo servir al felicidad. La de los otros, no la mía. Es una suerte —agregó tras una pausa— que haya en el mundo una porción de islas. No sé qué haríamos sin ellas. Les meteríamos a ustedes en la cámara asfixiante, creo. A propósito, míster Watson, ¿le gustaría un clima tropical? ¿O algo más vivificante?
Helmholtz se alzó de su sillón neumático.
—Preferiría un clima malo —respondió—. Me parece que podría escribir mejor si el clima fuera malo. Si hay en abundancia vientos y tempestades, por ejemplo…
El inspector aprobó con un signo de cabeza.
—Me gusta su temple míster Watson. Mucho, en verdad.
Tanto como oficialmente lo desapruebo.
—¿Qué tal las islas Falkland?
—Sí, creo que servirán —respondió Helmholtz—. Y ahora si no le parece mal, iré a ver cómo anda el pobre Bernard.
Francisco de Asís se puso severo. Se fue a la montaña a buscar al falso lobo carnicero. Y junto a su cueva halló a la alimaña.
-- En nombre del Padre del sacro universo, conjúrote -dijo-, ¡oh lobo perverso!, a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal? Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha habló el animal, la boca espumosa y el ojo fatal: -- Hermano Francisco, no te acerques mucho. Yo estaba tranquilo allá, en el convento; al pueblo salía y si algo me daban estaba contento y manso comía. Mas empecé a ver que en todas las casas estaba la Envidia, la Saña, la Ira, y en todos los rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y perra, y un buen día todos me dieron de palos. Me vieron humilde, lamía las manos y los pies. Seguí tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos: los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos. Y así me apalearon y me echaron fuera, y su risa fue como un agua hirviente, y entre mis entrañas revivió la fiera, y me sentí lobo malo de repente, mas siempre mejor que esa mala gente. Y recomencé a luchar aquí, a me defender y a me alimentar, como el oso hace, como el jabalí, que para vivir tienen que matar. Déjame en el monte, déjame en el risco, déjame existir en mi libertad, vete a tu convento, hermano Francisco, sigue tu camino y tu santidad.
El Santo de Asís no le dijo nada. Le miró con una profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló al Dios eterno con su corazón. El viento del bosque llevó su oración, que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...