La muerte de Sócrates y el delirio de Diógenes de Sinope.
Muerte de Sócrates
Platón no pudo asistir a los últimos instantes y éstos fueron reconstituidos en el
Fedón, según la narración de varios discípulos. Aquí está el paso que describe los síntomas:
Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca
arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo
el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato
los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le
preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo
con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba
quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le
llegara al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre, cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló:
—Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.
—Así se hará, dijo Critón. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un
estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada.
Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.
Este fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre,
podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy
destacado, el más inteligente y el más justo.
Fedón 117e-118c.
Delirio de Diógenes de Sinope
Profesaba un desprecio tan grande por la humanidad que en una ocasión
dejaron en su tinaja un pequeño candil; él pensó que no lo necesitaba,
pues aunque en las noches y cuando hace frío se pasaba bastante mal, él
no necesitaba estar despierto iluminándose con el mismo. Diógenes pasó
mucho tiempo pensando qué haría con él, por lo que durmió esa noche y al
amanecer despertó reflexionando qué hacer con el candil. Apareció en
pleno día por las calles de Atenas, con el candil de aceite en la mano,
diciendo: “Busco un hombre, busco un hombre honrado que ni con el candil
encendido puedo encontrarlo”. La gente lo seguía y él continuaba
vociferando lo mismo, sin encontrarlo aun a plena luz del día y con el
candil encendido. Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban
en su camino diciendo que solo tropezaba con escombros, pretendía
encontrar al menos un hombre honesto sobre la faz de la tierra. En una
ocasión, cierto hombre adinerado le convidó a un banquete en su lujosa
mansión, haciendo hincapié en que allí estaba prohibido escupir.
Diógenes hizo unas cuantas gárgaras para aclararse la garganta y le
escupió directamente a la cara, alegando que no había encontrado otro
lugar más sucio donde desahogarse. Cuando Platón le dio la definición de
Sócrates del hombre como “bípedo implume”, por lo cual había sido
bastante elogiado, Diógenes desplumó un gallo y ante el asombro de los
discípulos y del mismo Platón lo soltó en la Academia diciendo: “¡Te he
traído un hombre!” y partió entre risas y doblándose sobre sí mismo.
Entre la sorpresa y risas de sus discípulos salió Platón al frente
respondiendo: "no te preocupes, le agregaremos algo a la definición" y
gritó a Diógenes: "El hombre es el bípedo implume con uñas anchas". Acto
seguido Diógenes dejó de reír, dándose cuenta de que Platón también
sabía responder. Escuchando a una persona (probablemente un discípulo de
Zenón de Elea)
negar el movimiento, Diógenes se levantó y se puso a caminar. En otra
ocasión, un ateniense discurría sobre los meteoros y Diógenes le dijo:
¿hace cuánto tiempo que llegaste tú del cielo?".
3
Cuando Diógenes asistía a los baños se encontraba siempre con un
citarista al que todo el mundo despreciaba y criticaba, mas Diógenes lo
saludaba con respeto, incluso con cierta admiración, a lo que algún
curioso lo interrogó sobre el motivo por el que saludaba al citarista
con lo mal que tocaba, respondiendo a esto Diógenes: "Porque tal y como
es toca y canta, pero no roba a nadie". Así fue pasando día tras día y
al citarista despreciado por todos Diógenes siempre saludaba, creando,
incluso, la frase "Dios te guarde, gallo" para saludarlo. El citarista
siempre le devolvía el saludo. Cierta vez el citarista preguntó a
Diógenes el motivo por qué lo llamaba así, a lo que Diógenes le
contestó: "Porque eres como los gallos, cuando cantas haces levantar a
todo el mundo de tu lado". Sí, es verdad que los atenienses se burlaban
de él, pero también es verdad que lo temían y respetaban.
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