domingo, 30 de octubre de 2016

Joven Fausto y anciano Zarathustra || Discípulo y Maestro



Nunca como al anochecer conoce el hombre lo que vale su morada. Dijo el maestro mientas caminaba por la senda que mejor conocía hacia el templo en compañía de su discípulo. 

Entonces comenzó una interesante conversación entre él y su discípulo:

Discípulo. –Una mirada, una palabra suya dice más que toda la ciencia de este mundo. 

Maestro. –Todo eso que el mundo llama inteligencia y ciencia no es más que vanidad y orgullo.

Discípulo. –Maestro, he leído en uno de esos libros que conservan ustedes en aquella habitación que bien podría llamarse pequeña biblioteca, la frase decía así: “Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro.

Maestro. Pórtate bien y sé ejemplar; haz oír a la fantasía con todos sus coros, a la razón, al entendimiento, a la sensibilidad, a la pasión; pero, eso sí, cuídate de la locura. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso. Proponte conocerte a ti mismo y tendrás ya un enigma.

Discípulo. –Sabio maestro, una de esas citas hablaba del mal, de los envenenadores que hablaban de esperanzas supraterrenales, refiriéndose a aquéllos como despreciadores de la vida, moribundos ellos, envenenados y que la tierra estaba cansada de ellos.

Maestro. –Todos hemos recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas en nosotros continúan siendo gusano. Inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y la dulzura del alma superior, y que es incluso el hambre de sus entrañas.

Viendo el último rayo de sol sobre el horizonte, se dijo el maestro a sí mismo: El hombre es voluble y las horas son también variables. Mientras el discípulo pensó para sí, sin mediar palabra: Por el poder de la verdad mientras viva habré conquistado el universo.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Frases

A pesar de ser Florencia una histórica y bella ciudad, lo verdaderamente hermoso de Florencia es poder ir allí, no la ciudad en sí misma. Entonces dirán: 'La ciudad es hermosa vayas o no vayas tú.'
Yo les responderé: 'La ciudad sin visitantes es harto repetitiva y normal para sus habitantes.'

Rectitud:
Muchos quieren ser rectos pero se curvan constantemente hacia lo que creen que es un camino recto, hacia uno adyacente, hacia el de otro.

Bondad y malicia:
Al hombre bueno e inteligente respétale y ámale pero si llegas a arrebatarle su más preciada posesión, cuídate tú y los tuyos, aquél será el más peligroso al que debas temer.

Resumen (Fausto-Zarathustra)
Que el amor por la vida sea algo que nunca os arrebaten, ni tan siquiera por las ansias de saber, tener o poseer.

sábado, 1 de octubre de 2016

Justicia



Buscar premio en la justicia es injusto como decía Cicerón y, además, ésta debe encontrarse en la naturaleza para no ser nula. La justicia por encima de la fuerza es impotencia, lo mismo aquélla sin justicia siendo entonces tiranía como decía Blaise Pascal. Debemos protegernos del peligro de tener razón donde hay poca justicia decía Quevedo porque ésta sin misericordia es crueldad según Tomás de Aquino. Hábito de dar a cada cual lo suyo según Ulpiano. Parece razonable esperar que algún día se confundieren justicia con caridad por haber tanto de una y en la otra y viceversa según Concepción Arenal. Albert Camus decía que si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo. Pueblos a quienes no se hace justicia se la toman por sí mismos según Voltaire. Cuatro características corresponden al juez: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente según Sócrates y, también, que cada uno de nosotros sólo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde, no sin olvidar que es peor cometer una injusticia que padecerla porque quien la comete se convierte en injusto y quien la padece no. Pero no es fácil ser justo, sí lo es ser bueno en comparación y según palabras de Víctor Hugo. Decía Aristóteles que si los ciudadanos practicasen entre sí la amistad, no tendrían necesidad de la justicia y que nos volvemos justos realizando actos de justicia. Confucio que mejor el hombre que no sabe lo que es justo es el hombre que ama lo justo. Tomas Hobbes que las nociones de rectitud e ilicitud, justicia e injusticia, no tienen lugar en la guerra. Martin Luther King opinaba que el brazo del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia. Ramón y Cajal que es fácil labrarse enemigos diciendo la verdad o amando la justicia. La poesía no habrá cantado en vano pues sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres por Pablo Neruda. El que no quiera vivir sino entre justos, viva en el desierto según Séneca. Lao-tsé decía que si practicas la equidad, aunque mueras no perecerás.

Fausto - Johann Wolfgang von Goethe



PROLOGO EN EL CIELO

El Señor, las cohortes celestes, MEFISTÓFELES

Los tres arcángeles se adelantan

Rafael. –El sol, según su antigua costumbre, toma parte en el alternado canto de las esferas, y su prescrita carrera se termina con el retumbo del trueno. Su mirada da fuerza a los ángeles, aun cuando ninguno pueda comprenderla; las obras sublimes inabarcables son bellas como el primer día.

Gabriel. –Y ved con qué invencible rapidez gira la magnificencia de la tierra en su derredor, y cómo el resplandor del paraíso se convierte en noche profunda y tenebrosa. El espumoso mar se enfurece en toda su extensión, y hasta en el profundo lecho de las rocas, y peñas y mar son arrastrados en la carrera eternamente rápida de las esferas.

Miguel. –Y las tempestades rugen a cuál más, del mar a la orilla, de la orilla al mar; y, en su furia, forman una cadena impetuosa en todo aquel vasto círculo. La desolación flamígera precede al resplandor del rayo; y, sin embargo, tus mensajeros, Señor, adoran el curso tranquilo de tu día.

Los tres. –Tu mirada da a los ángeles la fuerza, aun cuando ninguno de ellos pueda comprenderla; y todas las obras sublimes son esplendentes como en el primer día.

Mefistófeles. –Maestro, ya que vuelves a acercarte una vez, y preguntas qué es lo que acontece entre vosotros, tal como acostumbrabas verme en otro tiempo, me ves aun en medio de los tuyos. Perdóname; no sé hilvanar grandes frases, aunque me exponga la gritería del séquito, de modo que no dudo excitaría mi jerigonza tu risa sino hubieses perdido la costumbre de reírte. Nada puedo decir del sol ni de los mundos; no veo más que una cosa: la miseria de los hombres. El pequeño dios del mundo es siempre del mismo temple y, en verdad, tan curioso como en el primer día. Viviría un poco mejor si no le hubieses dado tú el reflejo de la luz celeste, a la que da el nombre de Razón, y sólo le sirve para ser más bestial que la bestia. Me parece, no se ofenda vuestra Gracia, una de esas langostas de prolongadas patas, que siempre vuelan y saltan al volar, sin que por ello dejen de entonar más ni menos su antigua canción en la hierba. ¡Si aun le fuese dado permanecer siempre en la hierba! ¡Pero no, le es preciso meter la nariz en todas partes!

El Señor. –¿Nada más tienes que decirme? ¿Por qué has de venir siempre a quejarte? ¿No habrá nunca para ti nada bueno en la tierra?

Mefistófeles. –No, Maestro; francamente, todo allí abajo lo encuentro malo. Los hombres excitan mi piedad en sus días de miseria; pobres diablos, me afectan de mal modo, que ni valor tengo para atormentarlos.

El Señor. –¿Conoces a Fausto?

Mefistófeles. –¿El doctor?

El Señor. –Mi siervo.

Mefistófeles. –¡Ya! ¡Es preciso confesar que os sirve de un modo extraño! ¡Pobre loco!, ¡no sabe alimentarse de cosas terrenas! La angustia que le devora le empuja hacia los espacios y conoce a medias su demencia; quiere las estrellas más hermosas del cielo, le halaga toda sublime voluptuosidad de la tierra, y, de lejos ni de cerca, nada podría satisfacer las insaciables aspiraciones de su pecho.

El Señor. –Si me sirve hoy en el tumulto quiero en breve conducirle a la luz. Bien sabe el jardinero cuándo verdea el arbusto que ha de producir más tarde flor y fruto.

Mefistófeles. –Apostemos a que lo perdemos aún si me permitís atraerle paulatinamente a mi camino.

El Señor. –Tendrás ese derecho sobre él mientras permanezca en la tierra. El hombre sólo se extravía mientras está buscando su objeto.

Mefistófeles. –Os lo agradezco; porque respecto de los muertos nunca he tenido mucho que hacer; siempre he preferido las rosadas mejillas; hago con los cadáveres lo que el gato con el ratón.

El Señor. –Pues bien, te lo entrego. Aparta a aquel espíritu de su manantial, y arrástrale, si puedes apoderarte de él, por tu pendiente; pero confiésate vencido y humillado si has de reconocer que un hombre bueno, en medio de las tinieblas de su conciencia, se ha acordado del recto camino.

Mefistófeles. –Muy bien; ¡qué lástima que todo esto deba durar tan poco! No me da mi apuesta ningún cuidado. Si alcanzo mi objeto me concederéis plena victoria. Quiero que llegue a morder el polvo con delicia, como mi tía, la famosa serpiente.

El Señor. –Puedes entregarte audazmente a todos tus proyectos; nunca he odiado a tus semejantes; cuanto más niegan menor es el cuidado que me dan los espíritus. La actividad del hombre fácilmente se calma por no tardar en entregarse al encanto de un reposo absoluto. Por esto quiero darle un compañero que lo aguijonee y le impulse a obrar. ¡Vosotros, empero, puros hijos de Dios, glorificaos en los resplandores de la inmortal belleza; que la sustancia eterna y activa os circunde con suaves lazos de amor; que vuestro pensamiento fijo y perseverante dé forma a las apariciones inabarcables que están flotando!

(Los cielos se cierran; los arcángeles se dispersan.)
Mefistófeles, a solas. –Grande es el placer que siento al ver de cuando en cuando a mi antiguo padre; por esto me guardo muy bien de romper con él. ¡Tan gran señor hablar tan benignamente con el diablo!, ¡qué hermoso cuadro!

Stellarium

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