El alma y la masa.

He escuchado al peor de los hombres como embaucaba con su ingenio al resto mientras se alimentaba del mal ajeno para propio beneficio, lo he visto erigirse un Dios entre los hombres con su carisma y apariencia perfectamente cuidados, en cada minúsculo detalle, harto practicados enfrente del espejo. He sentido como el alma de cada persona, de los millones presentes allí, se tornaba buena y conspicua con sólo presenciar aquel acto de perfecta oratoria, gesticulación y osado orgullo patrio. Su sola presencia acallaba al más charlatán de la nación, desinhibía al más tímido de los hombres y hacía levantarse y postrarse hasta a los tullidos, uniéndolos a todos para una causa común, su causa, la causa de todos. Me embaucó, yo también levanté la mano, grité y lloré de felicidad, al unísono, al acabar su discurso. El énfasis que puso en aquellas palabras que jamás olvidaremos los míos y yo, nos conmovió el ánimo de manera tan enérgica que llegamos a creer vehementemente que en el principio era la palabra, y la palabra estaba con él y él era la palabra.

Soy el alma y espíritu de los hombres, necesito más como ese.

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