lunes, 16 de septiembre de 2024

Puente entre La Filosofía Clásica y Ética de las Nuevas Tecnologías

 Puente entre La Filosofía Clásica y Ética de las Nuevas Tecnologías


Existe ya un puente entre filosofía clásica y ética de las nuevas tecnologías. De hecho este puente trazado hace tiempo en Silicon Valley y otros lugares, junto con think tanks de pensadores e inteligencias bastante famosas entre nosotros, ha sido erigido en los albores de un nuevo, llamémoslo Orden Mundial o como queramos, pero llamémosle también desarrollo del aprendizaje automático o Machine Learning en idioma inglés.

Llegados a este punto tenemos que las IA producen imágenes, vídeo, texto, gráficos elaborados, ayudan a producir música, e aprender, a emular personajes históricos, a escribir breves ensayos filosóficos, recopilar información, también a hacer operaciones matemáticas complejas, en operaciones en sala de quirófano inclusive, a recetar, a reunir bases de datos complejos, en el diagnóstico precoz y diferencia entre enfermedades, en el marketing o publicidad, en los mercados financieros, en predicciones de todo tipo y ámbito, etc.

Todo ello sin todavía haber llegado a un AGI, o Inteligencia Artificial General o, como antiguamente se le apodaba, "Fuerte". Han escrito no muchas inteligencias humanas sobre las posibles inteligencias artificiales, por ejemplo: Mary Shelley en su Frankenstein (1818), Karel Čapek en Rossum's Universal Robots (1920), H. G. Wells en The War of the Worlds (1898) y The Time Machine (1895), Arthur C. Clarke en 2001: A Space Odyssey (1968), Ray Bradbury en Fahrenheit 451 (1953), Stanisław Lem en La Ciberiada (1965) y Solaris (1961), William Gibson en Neuromancer (1984), Neal Stephenson en Snow Crash (1992), The Diamond Age (1995), Ted Chiang en Stories of Your Life and Others (2002), Daniel H. Wilson en Robopocalypse (2011), Cory Doctorow Little Brother (2008) y Walkaway (2017), David Brin en The Postman (1985) y Earth (1990), Greg Egan Diaspora (1997) y Permutation City (1994), E.M. Forster en The Machine Stops (1909), Ursula K. Le Guin en The Left Hand of Darkness (1969) y The Dispossessed (1974). 

Sin olvidar a los míticos también: Isaac Asimov con Yo, Robot (I, Robot) – 1950, Las bóvedas de acero (The Caves of Steel) – 1953, El sol desnudo (The Naked Sun) – 1957, Los robots del amanecer (The Robots of Dawn) – 1983, Robots e Imperio (Robots and Empire) – 1985.

Y Philip K. Dick con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Do Androids Dream of Electric Sheep?) – 1968, La conciencia de Roger Sharp (We Can Build You) – 1972, Fluye, Policías, Florezca (Flow My Tears, the Policeman Said) – 1974, Machine Man – 1972.

Mientras Isaac Asimov se centraba en las interacciones lógicas y normativas entre humanos y robots hasta las Tres Leyes de la Robótica, Philip K. Dick adoptaba un enfoque más introspectivo y existencial, cuestionando la realidad y la identidad de la significación humana en un mundo a cada paso más artificial.

Las Tres Leyes de la Robótica de Isaac Asimov eran:

“Un robot no puede dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.”

“Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.”

“Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.”

En obras posteriores, Asimov introdujo una Ley Cero que tiene prioridad sobre las tres anteriores:

“Un robot no puede dañar a la humanidad ni, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño.”

Como se puede apreciar fueron finalmente cuatro, harto raciocinadas en su época deberían seguir vigentes incluso si se terciasen los tiempos o hubiese nueva orden, como se suele decir "hasta nueva orden" o como vimos antes incluso con El Nuevo Orden. Habiendo guardado entre cada palabra y frases una ética prodigiosa y excelsa, estas cuatro leyes deben ser respetadas incluso por encima de todo. Los nuevos seres artificiales deben respetar estas leyes por encima de todo. En ello estamos.



         Isaac Asimov seated on a stack of books, 1976. (Courtesy of the Library of Congress)

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